Asesínenme

Entramos al predio. Cuando llegamos al jardín, pude ver una foto de Miguel Mateos clavada con una navaja en el tronco de un árbol. Me pareció un gesto infantil, exagerado, y también machista; como si yo no pudiera seguir haciendo música con alguien que no fuera Charly. ¿Tendría miedo a la competencia musical? Pero me reí.

Luego escuchaba el primer acorde y no había lugar para la duda, la música de Charly García seguía enamorándome.

Para mí era muy duro. Tocaba el timbre y no me abrían la puerta.

Recuerdo un viaje en colectivo en el que estaba sola y se me acercó un tipo.
—¡Vos sos la hija de puta que separó a Sui Generis! —me dijo.
Me quedé en silencio y miré la luz del día. Sabía que la acusación no solo era injusta y horrible. También era una mentira.

El juego había cambiado. Parte de la religión es el retrato de ese período de crisis espiritual.

Fue una celebración con abundante despliegue de cocaína en la que, llegado un punto, Zoca amenazó con sacarse el corpiño para imponer una onda más brasilera. Aunque Charly se puso muy incómodo y no se lo permitió (esas cosas no le gustaban para nada)

La manera que encontró Miguel para que no lo sacaran de ahí fue mentir. Decía que la vida a mi lado era insufrible; y que yo le pegaba mucho.
Lo mismo dijo en la escuela. Un día aparecí para ir a buscarlo y el director no me permitió acercarme a él (nota de color: Diana Lía era la amante del director de la escuela, adonde también asistía su hijo). Me relajé y decidí que, a partir de entonces, ya no recibiría el dinero que Charly nos daba.

era capaz de pasarme tres días despierta leyendo un libro. Después volvía a mi casa, y al día siguiente me sentía un monstruo. Culpable, afeada por la droga, completamente sola.

Al fin, después de tanta prueba y error, después de librar esa batalla entre el deseo, la acción, las emociones y la necesidad de funcionar aunque sea un poco en la organización social, pude encontrar la manera de mantenerme en calma.
Yo, “la atea”, también era de manual. Y abracé la cruz al amanecer.

—¿Viste lo que escribí sobre vos? —me preguntó.
—Sí —le respondí—. Te odio.