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Jennifer L. Armentrout

Una corona de huesos dorados

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Poppy never dreamed she would find the love she's found with Prince Casteel. She wants to revel in her happiness but first they must free his brother and find hers. It's a dangerous mission and one with far-reaching consequences neither dreamed of. Because Poppy is the Chosen, the Blessed. The true ruler of Atlantia. She carries the blood of the King of Gods within her. By right the crown and the kingdom are hers. Poppy has only ever wanted to control her own life, not the lives of others, but now she must choose to either forsake her birthright or seize the gilded crown and become the Queen of Flesh and Fire. But as the kingdoms' dark sins and blood-drenched secrets finally unravel, a long-forgotten power rises to pose a genuine threat. And they will stop at nothing to ensure that the crown never sits upon Poppy's head. But the greatest threat to them and to Atlantia is what awaits in the far west, where the Queen of Blood and Ash has her own plans, ones she has waited hundreds of years to carry out. Poppy and Casteel must consider the impossible―travel to the Lands of the Gods and wake the King himself. And as shocking secrets and the harshest betrayals come to light, and enemies emerge to threaten everything Poppy and Casteel have fought for, they will discover just how far they are willing to go for their people―and each other. And now she will become Queen…
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Benyomások

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Idézetek

  • Estrellita Alison Anaí Peinado Munguíaidézett2 évvel ezelőtt
    Eres digno de mí, Cas. Necesito que lo sepas.
  • Lilen Altamiranoidézett10 nappal ezelőtt
    Deberías dormir un poco —murmuró Delano cuando vino hasta mí.

    —Ya lo hice.

    La preocupación manaba de todos los poros de su piel. No mentía. En realidad, no. Había dormido una hora o así, y después me quedé despierta y pasé ese tiempo como pasaba todas las horas en las que parábamos a descansar o a comer.

    Practicaba a luchar como un dios.

    Recogí la espada corta y la envainé. Luego miré a mi alrededor, el ceño un pelín fruncido.

    —¿Dónde están…?

    —¿Los drakens? —Los ojos de Delano centelleaban divertidos. Asintió hacia donde un grupo de árboles aún aguantaban rectos y orgullosos—. Reaver está ahí, enzarzado ahora mismo en una épica batalla de miradas con Kieran.

    Una leve sonrisa tironeó de mis labios. Guiñé los ojos y justo logré distinguir la forma de Kieran, tumbado sobre la barriga. A pocos pasos de él, un draken de un tamaño relativamente grande se hurgaba entre los dientes con las garras. El draken no era tan grande como Nektas, pero medía como cinco Settis de largo y tres veces su anchura.

    Reaver era el que casi había mordido a Kieran.
  • Lilen Altamiranoidézett11 nappal ezelőtt
    —¿Casteel está vivo?

    Levanté mi mano izquierda para mostrarle la centelleante marca de nuestro matrimonio.

    —Lo está. —Tragué saliva—. Aunque estoy segura de que entiendes que eso significa muy poco en este momento.

    Se estremeció, y no supe si era de alivio o de miedo. Se produjo un largo momento de silencio.

    —Oh, Dios mío —susurró con la respiración entrecortada. Ocultó la cara entre las manos. Sus hombros se sacudían.

    Me obligué a echarme hacia atrás y esperé a que recuperara la compostura… cosa que hizo, como sabía bien que haría. Tardó un par de minutos, pero sus hombros se apaciguaron y bajó las manos. Unos ojos vidriosos e hinchados me miraron desde detrás de unas pestañas empapadas de lágrimas.

    —Es culpa mía.

    —No jodas —espeté, cortante. Al menos en parte, lo era. Porque yo… había perdido el control. Le había dado a Isbeth la oportunidad que necesitaba. Eloana dio un respingo.

    —Yo… no quería que la gente supiera que ella había ganado.

    Me quedé muy quieta. Todo mi ser se quedó muy quieto.

    —¿Qué?

    —Fue… mi ego. No hay ninguna otra forma de explicarlo. Hubo un tiempo en que amaba a Malec. Creía que la luna y el sol se ponían y salían con él. Y ella no era como las otras mujeres. Ella le hincó las garras y lo supe… supe que la amaba. Que la amaba más de lo que me amaba a mí. No quería que la gente supiera que, al final, incluso con Malec encerrado en una tumba, ella no solo había ganado, sino que se había convertido en reina —admitió con voz ronca—. Se había convertido en la corona que nos forzaba a permanecer detrás de las montañas Skotos, la que utilizaba a nuestra gente para crear monstruos, y la que se había llevado… a mis hijos. No quería que Casteel supiera que la misma mujer que se había llevado a mi primer marido era la que lo tuvo retenido a él y ahora retiene a su hermano. Al final, ella ganó y… y todavía está consiguiendo hacer trizas a mi familia y a mi reino.

    Ahora era yo la que me había quedado sin palabras.

    —Estaba avergonzada —continuó—. Y no… Sé que no es excusa. Simplemente se convirtió en algo de lo que no se hablaba nunca. Una mentira que se convirtió en realidad después de cientos de años. Solo Valyn y Alastir sabían la verdad.

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