Jennifer L. Armentrout

Una corona de huesos dorados

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  • Estrellita Alison Anaí Peinado Munguíaidézett2 évvel ezelőtt
    Eres digno de mí, Cas. Necesito que lo sepas.
  • Lilen Altamiranoidézett12 nappal ezelőtt
    Deberías dormir un poco —murmuró Delano cuando vino hasta mí.

    —Ya lo hice.

    La preocupación manaba de todos los poros de su piel. No mentía. En realidad, no. Había dormido una hora o así, y después me quedé despierta y pasé ese tiempo como pasaba todas las horas en las que parábamos a descansar o a comer.

    Practicaba a luchar como un dios.

    Recogí la espada corta y la envainé. Luego miré a mi alrededor, el ceño un pelín fruncido.

    —¿Dónde están…?

    —¿Los drakens? —Los ojos de Delano centelleaban divertidos. Asintió hacia donde un grupo de árboles aún aguantaban rectos y orgullosos—. Reaver está ahí, enzarzado ahora mismo en una épica batalla de miradas con Kieran.

    Una leve sonrisa tironeó de mis labios. Guiñé los ojos y justo logré distinguir la forma de Kieran, tumbado sobre la barriga. A pocos pasos de él, un draken de un tamaño relativamente grande se hurgaba entre los dientes con las garras. El draken no era tan grande como Nektas, pero medía como cinco Settis de largo y tres veces su anchura.

    Reaver era el que casi había mordido a Kieran.
  • Lilen Altamiranoidézett13 nappal ezelőtt
    —¿Casteel está vivo?

    Levanté mi mano izquierda para mostrarle la centelleante marca de nuestro matrimonio.

    —Lo está. —Tragué saliva—. Aunque estoy segura de que entiendes que eso significa muy poco en este momento.

    Se estremeció, y no supe si era de alivio o de miedo. Se produjo un largo momento de silencio.

    —Oh, Dios mío —susurró con la respiración entrecortada. Ocultó la cara entre las manos. Sus hombros se sacudían.

    Me obligué a echarme hacia atrás y esperé a que recuperara la compostura… cosa que hizo, como sabía bien que haría. Tardó un par de minutos, pero sus hombros se apaciguaron y bajó las manos. Unos ojos vidriosos e hinchados me miraron desde detrás de unas pestañas empapadas de lágrimas.

    —Es culpa mía.

    —No jodas —espeté, cortante. Al menos en parte, lo era. Porque yo… había perdido el control. Le había dado a Isbeth la oportunidad que necesitaba. Eloana dio un respingo.

    —Yo… no quería que la gente supiera que ella había ganado.

    Me quedé muy quieta. Todo mi ser se quedó muy quieto.

    —¿Qué?

    —Fue… mi ego. No hay ninguna otra forma de explicarlo. Hubo un tiempo en que amaba a Malec. Creía que la luna y el sol se ponían y salían con él. Y ella no era como las otras mujeres. Ella le hincó las garras y lo supe… supe que la amaba. Que la amaba más de lo que me amaba a mí. No quería que la gente supiera que, al final, incluso con Malec encerrado en una tumba, ella no solo había ganado, sino que se había convertido en reina —admitió con voz ronca—. Se había convertido en la corona que nos forzaba a permanecer detrás de las montañas Skotos, la que utilizaba a nuestra gente para crear monstruos, y la que se había llevado… a mis hijos. No quería que Casteel supiera que la misma mujer que se había llevado a mi primer marido era la que lo tuvo retenido a él y ahora retiene a su hermano. Al final, ella ganó y… y todavía está consiguiendo hacer trizas a mi familia y a mi reino.

    Ahora era yo la que me había quedado sin palabras.

    —Estaba avergonzada —continuó—. Y no… Sé que no es excusa. Simplemente se convirtió en algo de lo que no se hablaba nunca. Una mentira que se convirtió en realidad después de cientos de años. Solo Valyn y Alastir sabían la verdad.
  • Lilen Altamiranoidézett13 nappal ezelőtt
    Me arrodillé delante de la jaula y los ojos del gato se cruzaron con los míos, sin parpadear en ningún momento. Alargué un brazo entre los barrotes…

    —¡Poppy! Ni se te ocurra meter la mano… —Casteel corrió hacia mí.

    Tarde.

    Las yemas de mis dedos acariciaron pelo suave justo antes de que la mano de Casteel se cerrara en torno a mi brazo. Dio un tirón para sacar mi mano de la jaula mientras el gato se estremecía … y seguía estremeciéndose.

    —¿Qué está pasando? —Sentí una oleada de pánico mientras Casteel me arrastraba hacia atrás y me ponía en pie—. ¿Le he hecho daño? No pretendía…

    Me paré.

    Todos nos paramos y miramos.

    Incluso Kieran.

    El pelo del felino se puso de punta. Se sentó y siguió temblando con violencia. Una luz blanca con toques plateados se filtró en sus ojos, que empezaron a sisear y a chisporrotear. Debajo del lustroso pelo del animal, su piel empezó a brillar.

    —Oh, por todos los dioses —gimió Delano—. De verdad que tienes que dejar de tocar cosas, Poppy.

    El pelo se retrajo para convertirse en piel, que se alisó y se volvió de un tono dorado trigueño. Una mata de pelo largo, de un tono castaño rojizo, cayó hacia delante hasta rozar el suelo de la jaula, ocultando gran parte del hombre desnudo arrodillado ahora detrás de los barrotes, con el tronco pegado a las piernas. Los marcados huesos y los músculos de sus hombros y sus piernas mostraban lo frágil que estaba, pero a través del pelo apelmazado unos vívidos ojos verdes se clavaron otra vez en los míos.

    El hombre se estremeció otra vez y, a la misma velocidad que se había convertido en mortal, volvió a convertirse en un felino grande. El gato quedó ahora tumbado sobre la barriga, temblando y tiritando, con la cabeza gacha.

    —Lo preguntaré otra vez —masculló Kieran—. ¿Qué diablos?

    —A lo mejor es un wivern —murmuró Delano, en referencia a uno de los linajes que se creían extintos—. O quizás un cambiaformas. Algunos de los más viejos podían adoptar la forma de un animal.

    —No lo sé. —Casteel tragó saliva, consternado mientras contemplaba a la criatura—. Pero… tenemos que seguir adelante.

    —¿Qué? —Me giré hacia él a toda velocidad—. No podemos dejarlo ahí.
  • Lilen Altamiranoidézett13 nappal ezelőtt
    —¿Hay algún dios más que esté despierto? ¿Tu consorte? —farfullé.

    Nyktos arqueó una ceja mientras dejaba la botella otra vez en la mesa.

    —Ya sabes la respuesta a eso. Tú misma viste a una.

    Se me cortó la respiración. Era verdad que Aios había aparecido cuando estuvimos en las montañas Skotos. Me detuvo a tiempo de evitar lo que hubiese sido una muerte muy pringosa.

    —Algunos están bastante espabilados como para ser conscientes del mundo exterior. Otros han permanecido en un estado semilúcido. Unos pocos siguen sumidos en el más profundo de los sueños —contestó—. Mi consorte duerme ahora, pero es un sueño inquieto, a tirones.

    —¿Cuánto tiempo llevas despierto? ¿Y los otros?

    —Es difícil de decir. —Deslizó la copa hacia mí—. Ha sido un sueño entrecortado durante siglos, pero más frecuente en las últimas dos décadas.

    No toqué la copa.

    —¿Y sabes lo que ha pasado en Atlantia? ¿En Solis?

    —Soy el Rey de los Dioses. —Se inclinó hacia atrás, cruzó una pierna por encima de la otra. Su calma y toda su actitud en general eran relajadas. Me inquietaba, porque había un indicio de intensidad por debajo de la soltura—. ¿Tú qué crees?

    Me quedé boquiabierta debido a la incredulidad.

    —Entonces sabes de la existencia de los Ascendidos, lo que le han hecho a la gente. A los mortales. A tus hijos. ¿Cómo es que no has intervenido? ¿Por qué no ha actuado ninguno de los dioses para detenerlos? —En el mismo momento en que mis preguntas salieron por mi boca, todo mi cuerpo se puso tenso por el miedo. Ahora sí que me iba a matar, por mucha sangre que compartiéramos.

    Sin embargo, sonrió.

    —Te pareces tanto a ella. —Se rio—. Se va a alegrar muchísimo cuando se entere.

    Mis hombros se tensaron.

    —¿Quién?

    —¿Sabías que la mayoría de los dioses que duermen ahora no fueron los primeros dioses? —preguntó Nyktos en lugar de contestar. Bebió un traguito de vino—. Hubo otros conocidos como los Primigenios. Fueron los que crearon el aire que respiramos, la tierra que cultivamos, los mares que nos rodean, los mundos y todo lo que hay entre medio.

    —No, no lo sabía —admití, pero pensé en lo que había dicho Jansen de que Nyktos había sido el dios de la muerte y el dios primigenio del hombre común y los finales.
  • Lilen Altamiranoidézett13 nappal ezelőtt
    Había una mesa redonda entre ellas, hecha de hueso. Sobre ella, había una botella y dos copas.

    Fruncí el ceño y aparté la vista de la mesa y de las sillas para mirar al dios.

    —Nos esperabas.

    —No. —Se sentó en la silla y alargó la mano hacia la botella—. Te esperaba a ti.

    Me quedé ahí de pie.

    —Entonces, no te hemos despertado.

    —Oh, me despertaste hace ya algún tiempo —repuso. Sirvió lo que parecía vino tinto en una copa delicada—. No estaba del todo seguro de la razón, pero empiezo a entenderlo.

    Mis pensamientos daban vueltas a toda velocidad en mi cabeza.

    —Entonces, ¿por qué has amenazado con matarnos?

    —Dejemos una cosa clara, Reina de Carne y Fuego —dijo, y un estremecimiento me recorrió de arriba abajo cuando lo miré—. Yo no amenazo con matar. Yo hago que la muerte ocurra. Solo sentía curiosidad por ver de qué pasta estabais hechos tus amigos y tú. —Esbozó una leve sonrisa y sirvió vino en la otra copa—. Siéntate.
  • Lilen Altamiranoidézett13 nappal ezelőtt
    Había una mesa redonda entre ellas, hecha de hueso. Sobre ella, había una botella y dos copas.

    Fruncí el ceño y aparté la vista de la mesa y de las sillas para mirar al dios.

    —Nos esperabas.

    —No. —Se sentó en la silla y alargó la mano hacia la botella—. Te esperaba a ti.

    Me quedé ahí de pie.

    —Entonces, no te hemos despertado.

    —Oh, me despertaste hace ya algún tiempo —repuso. Sirvió lo que parecía vino tinto en una copa delicada—. No estaba del todo seguro de la razón, pero empiezo a entenderlo.

    Mis pensamientos daban vueltas a toda velocidad en mi cabeza.

    —Entonces, ¿por qué has amenazado con matarnos?

    —Dejemos una cosa clara, Reina de Carne y Fuego —dijo, y un estremecimiento me recorrió de arriba abajo cuando lo miré—. Yo no amenazo con matar. Yo hago que la muerte ocurra. Solo sentía curiosidad por ver de qué pasta estabais hechos tus amigos y tú. —Esbozó una leve sonrisa y sirvió vino en la otra copa—. Siéntate.
  • Lilen Altamiranoidézett13 nappal ezelőtt
    Había una mesa redonda entre ellas, hecha de hueso. Sobre ella, había una botella y dos copas.

    Fruncí el ceño y aparté la vista de la mesa y de las sillas para mirar al dios.

    —Nos esperabas.

    —No. —Se sentó en la silla y alargó la mano hacia la botella—. Te esperaba a ti.

    Me quedé ahí de pie.

    —Entonces, no te hemos despertado.

    —Oh, me despertaste hace ya algún tiempo —repuso. Sirvió lo que parecía vino tinto en una copa delicada—. No estaba del todo seguro de la razón, pero empiezo a entenderlo.

    Mis pensamientos daban vueltas a toda velocidad en mi cabeza.

    —Entonces, ¿por qué has amenazado con matarnos?

    —Dejemos una cosa clara, Reina de Carne y Fuego —dijo, y un estremecimiento me recorrió de arriba abajo cuando lo miré—. Yo no amenazo con matar. Yo hago que la muerte ocurra. Solo sentía curiosidad por ver de qué pasta estabais hechos tus amigos y tú. —Esbozó una leve sonrisa y sirvió vino en la otra copa—. Siéntate.
  • Lilen Altamiranoidézett13 nappal ezelőtt
    Había una mesa redonda entre ellas, hecha de hueso. Sobre ella, había una botella y dos copas.

    Fruncí el ceño y aparté la vista de la mesa y de las sillas para mirar al dios.

    —Nos esperabas.

    —No. —Se sentó en la silla y alargó la mano hacia la botella—. Te esperaba a ti.

    Me quedé ahí de pie.

    —Entonces, no te hemos despertado.

    —Oh, me despertaste hace ya algún tiempo —repuso. Sirvió lo que parecía vino tinto en una copa delicada—. No estaba del todo seguro de la razón, pero empiezo a entenderlo.

    Mis pensamientos daban vueltas a toda velocidad en mi cabeza.

    —Entonces, ¿por qué has amenazado con matarnos?

    —Dejemos una cosa clara, Reina de Carne y Fuego —dijo, y un estremecimiento me recorrió de arriba abajo cuando lo miré—. Yo no amenazo con matar. Yo hago que la muerte ocurra. Solo sentía curiosidad por ver de qué pasta estabais hechos tus amigos y tú. —Esbozó una leve sonrisa y sirvió vino en la otra copa—. Siéntate.
  • Lilen Altamiranoidézett13 nappal ezelőtt
    Había una mesa redonda entre ellas, hecha de hueso. Sobre ella, había una botella y dos copas.

    Fruncí el ceño y aparté la vista de la mesa y de las sillas para mirar al dios.

    —Nos esperabas.

    —No. —Se sentó en la silla y alargó la mano hacia la botella—. Te esperaba a ti.

    Me quedé ahí de pie.

    —Entonces, no te hemos despertado.

    —Oh, me despertaste hace ya algún tiempo —repuso. Sirvió lo que parecía vino tinto en una copa delicada—. No estaba del todo seguro de la razón, pero empiezo a entenderlo.

    Mis pensamientos daban vueltas a toda velocidad en mi cabeza.

    —Entonces, ¿por qué has amenazado con matarnos?

    —Dejemos una cosa clara, Reina de Carne y Fuego —dijo, y un estremecimiento me recorrió de arriba abajo cuando lo miré—. Yo no amenazo con matar. Yo hago que la muerte ocurra. Solo sentía curiosidad por ver de qué pasta estabais hechos tus amigos y tú. —Esbozó una leve sonrisa y sirvió vino en la otra copa—. Siéntate.
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