Hizo ademán de atraparla, pero Michael le cogió la mano con las suyas. Acto seguido, volvió a besarla, con besos dulces y sin lengua que, de todas formas, se le antojaron escandalosos. Y demasiado deliciosos como para resistirse. La heladería desapareció. La gente despareció. En ese instante, solo estaban Michael y ella, el sabor del helado y sus labios, que se caldeaban poco a poco.