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Amos Oz

  • Talia Garzaidézett2 évvel ezelőtt
    No me fue fácil ganarme su confianza. Creo que su experiencia vital le enseñó a ser algo suspicaz, o al menos precavido, al relacionarse con la gente. En nuestros primeros encuentros, se sentaba en un sillón frente a mí, pero con el cuerpo y el rostro vueltos hacia otro lado. Escuchaba muy poco y hablaba mucho. Básicamente, me daba lecciones. Sin embargo, en cada reunión posterior, se giraba unos centímetros hacia mí. En cada reunión, sermoneaba menos y hablaba —y escuchaba— cada vez más.
  • Adal Cortezidézettelőző év
    ¿Por qué razón plantear preguntas es el pasatiempo judío favorito?
    El hebreo bíblico no poseía signos de interrogación y, sin embargo, el Libro de los Libros está lleno de preguntas. No las hemos contado todas, pero a juzgar por la predominancia de los qué y cómo, y de los quién y por qué, puede muy bien ser el más inquisitivo de las Sagradas Escrituras. Bastantes de las preguntas, es cierto, son retóricas, al proclamar la gloria de Dios. El propio Dios es un gran interrogador. Las respuestas a algunas de sus preguntas pueden parecer evidentes, pero no lo son. Un lector moderno aún puede considerarlas como profundos enigmas inquietantes. Así son las primeras preguntas que alguna vez se plantearon:
    Dios a Adán: «¿Dónde estás?», y: «¿Quién te ha dicho que estás desnudo?».
    Dios a Eva, y luego a Caín: «¿Qué has hecho?». Dios a Caín: «¿Dónde está Abel tu hermano?».
    Y Caín, el primer hombre en contestar a una pregunta con otra pregunta, descaradamente irreverente, más tenebrosa que el más tenebroso tono de jutspá: «¿Soy acaso el guardián de mi hermano?».
    Sí, hermano, lo eres. ¿O no lo eres?
  • Adal Cortezidézettelőző év
    Por supuesto que los libros estaban considerados como sagrados; pero den a esto la vuelta y verán a un pueblo que amó los libros hasta tal punto que los hizo sagrados. Entonces ¿qué fue antes? ¿La santidad o los rollos? Nosotros tenemos una respuesta y los creyentes tienen otra. Pero también vale la pena observar que después de la destrucción del Segundo Templo, solo los libros se mantuvieron sacrosantos, y ciertas palabras. Nada más. Ni templo, ni reliquia, ni dinastía apostólica. Los rabíes solo son humanos; las estatuas sagradas y las imágenes, totalmente inaceptables. Expulsados lejos de Jerusalén, privados de los Tabernáculos y de la Menorá, el gran candelabro del Templo, solo los libros quedaron en pie.
    Así que cuando corrías para salvar la vida, huyendo de la masacre y del pogromo, de la quema de hogares y sinagogas, eran los niños y los libros lo que te llevabas. Los libros y los niños.
  • Adal Cortezidézettelőző év
    Si el mundo moderno ha adoptado características tan judías como la angustia existencial, la inquietud nómada, el multilingüismo y las capacidades mediadoras, entonces el mundo moderno puede también llorar con Primo Levi, reír con Mel Brooks, y hacer ambas cosas con Philip Roth.
  • Adal Cortezidézettelőző év
    Los judíos han intentado siempre razonar con otros, incluso si esos otros se regían por normas diferentes, no verbales, irracionales, rotundamente físicas y violentas. Cuando un contrario era especialmente temible o amenazador, el intento judío de persuasión verbal podía ser trémulo, pero se mantenía firme. Esta pudo ser la razón por la que Shakespeare, tal vez a pesar suyo, asignó la mejor pieza de oratoria de El mercader de Venecia al propio Shylock, por lo demás despreciable:
    Soy judío. ¿Acaso no tiene ojos un judío? ¿Acaso un judío no tiene manos, órganos, miembros, sentidos, afectos, pasiones? ¿No está alimentado por la misma comida, herido por las mismas armas, sujeto a las mismas enfermedades, curado con los mismos remedios, calentado y enfriado por el mismo invierno y verano, como un cristiano? Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos hacéis cosquillas, ¿no reímos? Si nos envenenáis, ¿no morimos? Y si sois injustos con nosotros, ¿no hemos de vengarnos?
  • Adal Cortezidézettelőző év
    Generaciones de sabios y rabíes han hecho uso, sin embargo, de aquel «toda la honra de la hija del rey, en el interior», para mantener a las mujeres lejos de la mirada pública. Maimónides, desde luego, lo hizo. Una mujer –escribió en Mishné Torá– no es una prisionera, ni mucho menos, en su propia casa. No obstante:
    Es una deshonra que una mujer salga constantemente de su hogar, una vez para estar fuera y otra para estar en las calles. Su esposo debería impedírselo y no permitirle salir más de una o dos veces al mes, según sea necesario. Porque nada hay más atractivo para la mujer que sentarse en un rincón de su hogar, ya que «Toda la honra de la hija del rey está en el interior». [De nuevo el Salmo 45, 14, traducido aquí de acuerdo con la interpretación de Maimónides.]
  • Adal Cortezidézettelőző év
    El punto central de nuestro libro no es que los judíos fueran mejores que otros, sino que tuvieron una especial destreza con las palabras. Las palabras se convirtieron en textos. Lo publicado se convirtió en perenne.
  • Adal Cortezidézettelőző év
    Albert Einstein, por su parte, cambió nuestro concepto del tiempo al incorporarlo como un factor en su teoría de la relatividad especial, y bromeó así: «La única razón para la existencia del tiempo es lograr que todo no suceda a la vez».
  • Adal Cortezidézettelőző év
    «Vuestros hijos no son vuestros hijos –escribió Khalil Gibran, un poeta libanés-americano–. Son los hijos e hijas de la Vida en su ansia por sí misma». Siendo nosotros padres judíos típicos, no podemos ceder la posesión de nuestra prole tan fácilmente. Pero podríamos parafrasear a Gibran de este modo: Vuestras ideas no son vuestras ideas. Son la progenie de la estantería de libros que cubre vuestra pared y de la lengua en la que habitáis.
  • Adal Cortezidézettelőző év
    Una abuela judía va paseando por la orilla del mar con su querido nieto, cuando una gran ola arrastra súbitamente al muchacho bajo las aguas. «Querido Dios Todopoderoso –grita la abuela–. ¿Cómo puedes hacerme esto a mí? He sufrido durante toda mi vida y nunca perdí la fe. ¡Debiera darte vergüenza!» No pasó ni un minuto, y otra enorme ola devuelve al niño a sus brazos, sano y salvo. «Querido Dios Todopoderoso –dice–, es muy amable por tu parte, no hay duda, pero ¿dónde está su gorro?»
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