Las descripciones de esta índole, que tanta importancia dan a las relaciones humanas y al ideal de una sociedad justa, le son completamente ajenas al intelectual sofisticado, que suele recibirlas con desdén, como una muestra de ingenuidad, primitivismo o mera insensatez. Hasta que se decidan a aparcar sus prejuicios, los historiadores no podrán llevar a cabo un estudio serio del movimiento popular que transformó la República española en una de las revoluciones sociales más señaladas de la historia.