Jorge Teillier

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    Hay en Teillier un romanticismo «puesto en tensión», como ha escrito Andrea Kottow, que señala su arte poético como «una forma de obstinación frente a los movimientos del tiempo». Esa obstinación, maravillosa y personal, se traduce en todo aquello que se suele asociar al poeta: nostalgia resistente, lirismo (aunque sea un lirismo llano), retorno al niño que se fue, embriagada constatación de que la vida está en otra parte, demora en la amistad y en el alcohol, amor al paisaje, paisajes del amor, detención.
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    Teillier «hiciera de la poesía un lugar de conocimiento, partiendo por aquello que somos: una gran precariedad temporal», razón por la cual agradece ella a esta obra «que persigue una edad soñada para el ser humano… que necesita ir hacia atrás cuando el mundo va hacia adelante».
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    Es muy notable en estos poemas ese prodigio de la transportación al pasado; algo insondable parece haber en la materia y la melodía de sus versos (versos que son siempre unidades, en esto Teillier es como Nicanor Parra: cada verso es una frase) que resulta un vehículo privilegiado de viaje al pasado, pero no a un pasado colectivo, no a un periodo determinado, sino a los ayeres de cada quien.
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    ¿Quién recogerá las manzanas

    donde aún puede vivir un sol de otra época?

    La ortiga invade el jardín.

    El día no alcanza a refugiarse en la casa.

    Para huir de la oscuridad sólo hay un tílburi cansado

    que no se cansa de luchar contra la noche.
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    Y esa resonante y preciosa esdrújula, tílburi –«el tílburi cansado de los abuelos»–, señala una victoria o coche de dos asientos que es tirado por un caballo pero que en el poema está abandonado, es el pasado en el presente en forma de deterioro. Pero no siempre es así: «¿Quién recogerá esas manzanas / donde aún brilla un sol de otra época?», canta otro verso que indica la permanencia ahora brillante, en un objeto, de un sol de otro tiempo. Es decir, el pasado refulgiendo en el presente, encantándolo.
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    Cuando le preguntaron hacia el final de su vida si aún creía en las utopías, Teillier dijo que ya sólo en las personales y que la suya era «vivir en el presente como si viviera en el pasado». En ese afán esta escritura se empeña y nos empaña de ese modo la mirada, nos conmueve.
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    Poeta de la travesía de las cosas y su memoria u olvido, de recuerdos y meditaciones, transparentemente lo es también, más allá de toda reducción, del campo y la lluviosa tierra natal que hasta con olores trae a la página una y otra vez. Eso se da en esta poesía de forma preciosa, no falta la dulzura. Pero las utopías son anhelos, imposibles, no realidades. Es quizás por esto que ante todo Teillier es un cantor de lo irreparable, de los trenes que ya no corren, de los pueblos sin prisa, de los dominios perdidos, y por ende también un poeta de la sospecha. No hay huida en su poesía, sólo conciencia y añoranza.
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    Se desliza el poeta por la vida, por el tiempo, por los caminos del sur, por la ciudad y la memoria, por los amores, pero las ramas enloquecidas una y otra vez perturban todo andar. Es decir, la maravillosa y maldita vida hace lo suyo, aparecen sus ramas y sus ramales y lo que resulta de ese deambular y de ese esquivar es lo que somos o fuimos
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    En esa comarca de dichas y agonías, en el afán de resistir o más bien de desistir el tiempo –al menos su linealidad y su banal optimización–, se da una convivencia rulfiana de vivos y muertos: «Los patios se llenan de niebla. / El padre lee un cuento de hadas / y el hermano muerto escucha tras la puerta». Entre unos y otros, leemos a Teillier.
  • Rafael Ramosidézett6 hónappal ezelőtt
    De veras haría bien leer sus mejores poemas junto a los de nuestro querido e insobornable Enrique Lihn, o frente a los versos de Ernesto Cardenal, Roberto Juarroz, Jaime Sabines, Blanca Varela, Carlos Germán Belli, Francisco Madariaga, los cubanos Eliseo Diego y Fayad Jamís (con los que tiene notorias afinidades), Juan Gelman, Rafael Cadenas, Juan Calzadilla, Roque Dalton, Alejandra Pizarnik
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