Por un lado, están los defensores de la verdad o del “contenido bueno”. Según ellos los cuentos son para enseñar, deben dejar una lección, dar buenos ejemplos, no deben ser malsanos, ni tortuosos ni contener yerbas malas. Por otro lado están los defensores del artificio. Según ellos los cuentos son para entretener, tienen que ser divertidos, ágiles, maravillosos, escalofriantes, emocionantes, chisporroteantes… y eso es todo. En el primer caso, es casi inevitable caer en los cuentos didácticos, las tiradas moralizantes y la censura. Y más modernamente, en los excesos de los “buenos modales políticos” —o political correctness—, que a veces se parece mucho a una Inquisición más bien torpe y despiadada. En el segundo caso, si no hay sino construcción y artificio inconsecuente, es fácil deri