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Mariano Azuela

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    Las formas de dominación tradicional” y que constituye, en verdad, la tradición de gobierno y ejercicio del poder más prolongada de la América española y portuguesa, según la interpretación del historiador norteamericano E. Bradford Burns. Como esta tradición ha persistido desde los tiempos de los imperios indígenas más organizados, durante los tres siglos de la colonización ibérica y, republicanamente, a través de todas las formas de dominación, la de los déspotas ilustrados como el Dr. Francia y Guzmán Blanco, la de los picapiedras cavernarios como Trujillo y Somoza, la de los verdugos tecnocráticos como Pinochet y la junta argentina, pero también en las formas institucionales y progresistas del autoritarismo modernizante, cuyo ejemplo más acabado y equilibrado es el régimen del PRI en México, vale la pena estudiarla de cerca y tener en cuenta que, literariamente, ésta es la tierra común del Señor Presidente de Asturias y el Tirano Banderas de Valle Inclán
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    Stanley y Bárbara Stein, los historiadores de la colonia latinoamericana en la Universidad de Princeton, distinguen varias constantes de esa herencia:
    – la hacienda, la plantación y las estructuras sociales vinculadas al latifundismo;
    – los enclaves mineros;
    – el síndrome exportador;
    – el elitismo, el nepotismo y el clientismo.
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    Quizás vale la pena, hoy, estudiar un poco más de cerca esa realidad colonialista y patrimonial. Los de abajo ofrece la mejor oportunidad para hacerlo dada su naturaleza anfibia, épica vulnerada por la novela, novela vulnerada por la crónica, texto ambiguo e inquietante que nada en las aguas de muchos géneros y propone una lectura hispanoamericana de las posibilidades e imposibilidades de los mismos. En Gallegos, y en Rulfo, germina un mito a partir de la delimitación de la realidad narrativa: la naturaleza lo precede en Gallegos; la muerte, en Rulfo. El mito que puede nacer de Azuela es más inquietante porque surge del fracaso de una épica.
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    viajan, se mueven, emigran, combaten: se van a la revolución. Cumplen, lo veremos ahora, los requisitos de la épica original. Pero también, significativamente, los degradan y los frustran.
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    a. El mito —nadie, entre nosotros, sabrá esto mejor que Juan Rulfo— permanece junto a las tumbas, en la tierra de los muertos
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    Pero por su carácter mismo de viaje, de peregrinación, la épica es la forma literaria del tránsito, el puente entre el mito y la tragedia. Nada existe aisladamente en las concepciones originales del universo, y Hegel, en la Fenomenología del espíritu, ve en la épica un acto que es violación de la tierra pacífica —vale decir, de la paz de los sepulcros—: la épica convierte a la tumba en trinchera, la vivifica con la sangre de los vivos y al hacerlo convoca el espíritu de los muertos, que sienten sed de la vida, y que la reciben con autoconciencia de la épica transmutada en tragedia, conciencia de sí, de la falibilidad y el error propios que han vulnerado los valores colectivos de la polis. Para restaurar esos valores, el héroe trágico regresa al hogar, a la tierra de los muertos, y cierra el círculo en el reencuentro con el mito del origen: Ulises en Ítaca y Orestes en Argos.
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    . Bernal es la fuente secreta de la novela hispanoamericana: su libro recuerda, recrea, ama y lamenta, pero se ofrece como “crónica verdadera”.
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    Épica manchada por una historia que está siendo actuada ante nuestros ojos —aunque Azuela la da por sabida— no sólo en el sentido de que los hechos son conocidos por el público, sino en el sentido de que lo sabido es repetitivo y es fatal.
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    Azuela rehúsa una épica que se conforme con reflejar, mucho menos con justificar: es un novelista tratando un material épico para vulnerarlo, dañarlo, afectarlo con el acto que rompe la unidad simple. En cierto modo, Azuela cumple así con el ciclo abierto por Bernal Díaz, levanta la piedra de la conquista y nos pide mirar a los seres aplastados por las pirámides y las iglesias, la mita y la hacienda, el cacicazgo local y la dictadura nacional. La piedra es esa piedra que ya no se para; la revolución huracanada y volcánica
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    En consecuencia, lo que parecería a primera vista resignación o repetición en Azuela es crítica, crítica del espectro histórico que se diseña sobre el conjunto de sus personajes. St. Just, en medio de otro huracán revolucionario, se preguntaba —como Mao y su señora— cómo arrancar el poder a la ley de la inercia que constantemente lo conduce al aislamiento, a la represión y a la crueldad:
    Todas las artes —dijo el joven revolucionario francés— han producido maravillas. El arte de gobernar sólo ha producido monstruos.
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