El cielo que rodea el edificio blanco, que está en penumbra, es de un azul suave y peculiar, casi turquesa, lo que confiere a la escena una suerte de lirismo que atenúa con dignidad la atmósfera decadente del lugar.
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Su aspecto resulta incongruente en el lugar. Viste con delicadeza. Lleva un vestido blanco con corpiño de tela suave y sedosa, collar y pendientes de perlas, guantes y sombrero blancos y parece recién llegada a un cóctel o a un té de verano en el barrio residencial de la ciudad. Es unos cinco años mayor que Stella. Su belleza es tan delicada que debe evitar toda luz fuerte. Su fragilidad y sus ropas blancas recuerdan a una luciérnaga, a una mariposa de la luz.)
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BLANCHE: Lo poco que tenemos pertenece a las personas que han vivido el dolor.
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Quiero engañarle lo suficiente para conseguir… gustarle
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BLANCHE: Una que dice que la dama debe agasajar al caballero… ¡o se acabó el juego!
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Pero, cariño, sabes tan bien como yo que una chica soltera, una chica sola en el mundo, tiene que controlar sus emociones, ¡o está perdida!
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BLANCHE: Pero ¿qué te ha dicho? ¿Qué crees que piensa de mí?
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«¡Os he visto! ¡Lo sé! Me das asco…».
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STANLEY: Y luego va de chica refinada y tan especial… Lo cual nos lleva a la mentira número dos.
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¡Siempre ha sido muy frívola!
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