Confundida con la perversidad, la perversión se contemplaba en otro tiempo –en especial desde la Edad Media hasta finales del siglo XVII–1 como una forma particular de perturbar el orden natural del mundo y convertir a los hombres al vicio,2 tanto para descarriarlos y corromperlos como para evitarles toda forma de confrontación con la soberanía del bien y de la verdad.
Miguel Ángel Vidaurreidézettelőző év
Confundida con la perversidad, la perversión se contemplaba en otro tiempo –en especial desde la Edad Media hasta finales del siglo XVII–1 como una forma particular de perturbar el orden natural del mundo y convertir a los hombres al vicio,2 tanto para descarriarlos y corromperlos como para evitarles toda forma de confrontación con la soberanía del bien y de la verdad.
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La fascinación que ejerce sobre nosotros la perversión tiene que ver precisamente con el hecho de que puede ser tanto sublime como abyecta. Sublime cuando se manifiesta en rebeldes de carácter prometeico, que se niegan a someterse a la ley de los hombres, a costa de su propia exclusión,1 y abyecta cuando deviene, como en el ejercicio de las dictaduras más feroces, la expresión soberana de una fría destrucción de todo vínculo genealógico.
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antigua Grecia castigaban a los hombres afectados de desmesura (hubris).1 A través del gran relato de las dinastías reales –
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antigua Grecia castigaban a los hombres afectados de desmesura (hubris).1 A través del gran relato de las dinastías reales –
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mediante su sufrimiento o su martirio, permitía que la comunidad se cohesionara y aprendiese a designar lo que Georges Bataille denomina su «parte maldita»1 y lo que Georges Dumézil, a través de la historia del dios Loki,2 define como un lugar heterogéneo necesario para todo orden social.
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mediante su sufrimiento o su martirio, permitía que la comunidad se cohesionara y aprendiese a designar lo que Georges Bataille denomina su «parte maldita»1 y lo que Georges Dumézil, a través de la historia del dios Loki,2 define como un lugar heterogéneo necesario para todo orden social.
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Si bien en nuestros días el término «abyección» remite a lo peor de la pornografía2 a través de las prácticas sexuales ligadas a la fetichización de la orina, las materias fecales, el vómito o los fluidos corporales,3 o incluso a una corrupción de todos los interdictos, no es separable, en la tradición judeocristiana, de su otra faceta: la aspiración a la santidad.
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en pocas palabras, entre las sustancias inferiores –del bajo vientre y del estiércol– y las sustancias superiores –exaltación, gloria, superación–, existe una curiosa proximidad, hecha de negación, de escisión, de repulsión, de atracción.
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Desde esta perspectiva, la salvación del hombre reside en la aceptación de un sufrimiento incondicional. Y por eso la experiencia de Job pudo abrir la vía a las prácticas de los mártires cristianos –y más aún de las santas–, que harán de la destrucción del cuerpo carnal un arte de vivir y de las prácticas más groseras la expresión del heroísmo más perfecto.
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