La señales ominosas no terminaron ahí. A las seis de la mañana del martes 17, salieron a la calle los generales Obregón y Ríos Zertuche, y un individuo se les acercó por las espaldas y, como les pareció sospechoso, el segundo sacó la pistola, le apuntó y le preguntó qué quería, y el sujeto se retiró rápidamente del lugar.19 Sólo Dios supo quién era.