— No, Alfonso, no es que no tenga corazón; es que tengo demasiado corazón, y un desengaño sería para mí una herida mortal. El día en que yo creyese en el amor de un hombre, no habría en el mundo mujer más apasionada, más vehemente, más ciega: mi amor, mi locura, mi felicidad no tendría límites. Este corazón, que Vd. llama de hielo tantas veces, abrasaría al hombre que me lo arrancara con su mano.