Nada ha pasado desde entonces. Cada día ha sido el mismo día eternamente repetido, la misma espera, la misma búsqueda de razones para seguir viviendo. Encontrar un sentido a esta existencia maquinal de días y de noches, de tormentas de arena, de eclipses. Toda criatura necesita ese objetivo, un propósito para continuar procesando información año tras año. Nosotros no somos distintos. Olvidamos el porqué de nuestra vida en tiempos de los que ya no nos queda memoria y ahora vivimos la condena de ser sin razones. No poder desprendernos del instinto de almacenar datos inútiles cuyo valor no entendemos. Calcular todo cuanto conocemos y, sin embargo, no saber de nada que merezca la pena computar.