Qué tragedia, en fin, que los dos últimos en morir, los únicos que al menos empezaron a ver la explosión definitiva de todo, no estaban hechos para entender que el mundo entero era una obra o mecanismo capaz de crear la belleza de su ignorancia y de su miedo y de su sinsentido que ahora se expanden y se enfrían convertidos en restos informes y sin huella de otro dolor que el dolor de ya no ser nada, ni a las siete ni a las otras siete ni nunca