Carolina Soto Riveros

No puedo esperar, tengo que sacarme al Santos de encima. Tengo calor y quiero escuchar sonidos con sentido, el habla de alguien que se dirige a mí.

Si no podía hacer nada notable con mi vida, podía dedicarme a tener familia.

Entra al baño, cierra la puerta, siento la ducha y su voz: «No dejes nunca que un hombre te mantenga, Carolina, jamás accedas a eso ¿entiendes?».

Cuando no me está gustando mi vida soy mandada a hacer para pensar: «Oh, mi vida va a ser siempre así». Y cuando me está gustando —si estoy siendo feliz— pienso que lo más probable es que las circunstancias que provocan mi bienestar sean transitorias.

¿Qué es «ya no sentir lo mismo»? ¿Quién siente lo mismo siempre?

Cuando me preguntaban si me gustan las plantas yo decía que no. Me gustan, pero no me gusta todo lo que hay que hacer para mantenerlas vivas; con los animales lo mismo. Hasta que tuve hijos: entonces tuve que decir que me gustaban las plantas y los animales porque con los hijos me pasa igual, me gustan pero me abruma todo lo que hay que hacer para que permanezcan vivos.

La «transformación fundamental» es lo que la gente que tiene hijos te dice que te va a pasar a ti cuando tengas los tuyos: «Te va a cambiar la vida», «vas a mirar las cosas desde otra perspectiva», «todo te va a dar lo mismo, excepto el bienestar de tus hijos». No me pasó. Sí empezó a importarme la plata. Aunque también puede ser que siempre me importó y nunca me di cuenta porque no me faltó.

Todos los libros de autoayuda te dicen cómo cambiar tu vida y deberían decirte cómo conformarte con la que te tocó, incluso cuando has tenido el lujo de elegir ciertas partes