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Sam Shepard

  • Marcia Ramosidézett10 hónappal ezelőtt
    Nos pasamos el día entero en Tijuana esperando a que aquel tipo revelara las fotos que nos sacó para la documentación falsificada. Era un hombrecillo hosco y silencioso que llevaba un manchado jersey gris.
  • Marcia Ramosidézett10 hónappal ezelőtt
    De una cosa pasamos a la siguiente y acabamos en su compartimento. No tiene más de quince años, pienso yo todo el rato. Yo solo tengo diecinueve. Quince y diecinueve. Esto significa que cuando yo tenía cuatro años ella no existía.
  • Marcia Ramosidézett10 hónappal ezelőtt
    Lo «hacemos» sin parar desde Winnemucca hasta cruzar por completo el Desierto del Great Salt Lake. Se parece mucho a cruzar el océano de noche. Un tren marino. Por la ventana, el brillo blanco de la sal.
  • Pamela Ipinza Mayoridézettelőző év
    Jamás tan cerca arremetió lo lejos...»
    CÉSAR VALLEJO
  • Pamela Ipinza Mayoridézettelőző év
    En Rapid City, South Dakota, mi madre me daba cubitos de hielo envueltos en servilletas para que los chupase. Estaban saliéndome los dientes y el hielo me insensibilizaba las encías.
    Aquella noche atravesamos los Badlands. Yo viajaba en la bandeja que hay detrás del asiento trasero del Plymouth, mirando las estrellas. El cristal estaba helado al tacto.
    Nos detuvimos en la pradera, en un lugar donde había un círculo de enormes dinosaurios de yeso blanco. No era un pueblo. Simplemente los dinosaurios iluminados desde el suelo por unos focos.
    Mi madre me llevó a dar una vuelta abrigado bajo una manta parda del ejército. Tarareaba una canción lenta. Creo que era «Peg a’ My Heart». La tarareaba bajito, para sí misma. Como si sus pensamientos estuvieran muy lejos de allí.
    Serpenteamos lentamente por entre los dinosaurios. Por entre sus patas. Bajo sus tripas. Describimos círculos en torno al Brontosaurus. Miramos desde abajo los dientes del Tyrannosaurus Rex. Todos tenían unas lucecitas azules a modo de ojos.
    No había nadie. Solo nosotros y los dinosaurios.
    9/1/80
    Homestead Valley, Ca.
  • Pamela Ipinza Mayoridézettelőző év
    Por algún extraño motivo, la carretera parecía especialmente traicionera. Especialmente elevada. Terraplenada de un modo extraño, recordaba más bien a una pista de despegue para pequeños aviones. Las casas de campo parecían extrañamente desplazadas. Como si fueran más bien propias de la zona residencial de una ciudad, o como si sus propietarios hubiesen deseado que parecieran casas de zona residencial.
  • Pamela Ipinza Mayoridézettelőző év
    3’30 de la madrugada
    ¿Es un gallo
    o una mujer que grita a lo lejos?
    ¿está negro el cielo
    o a punto de ponerse azul oscuro?
    ¿Es una habitación de motel o la casa de alguien?
    ¿Está mi cuerpo vivo o muerto?
    ¿Estoy en Texas
    o en Berlín Occidental?
    Y de todos modos, ¿qué hora es?
    ¿hay algún pensamiento que sea mi aliado?
    Rezo pidiendo que se suspenda todo pensar
    Absoluta suspensión espacio en blanco
    quiero ir por la carretera sin pensar en nada
    solo una vez
    No estoy suplicando
    No me pongo de rodillas
    No estoy en condiciones de pelear
    9/12/80
    Fredericksburg, Texas
  • Pamela Ipinza Mayoridézettelőző év
    hubo una época en que Mamá llevaba un 45
    yo en una cadera
    la pistola en la otra
    vivía en una comunidad de mujeres
    esposas de pilotos
    cabañas metálicas prefabricadas
    llovía constantemente
    las esposas estaban inquietas
    sin sus maridos
    la selva estaba infestada de japoneses
    que robaban la colada de los alambres
    las mujeres disparaban a la menor provocación
    a veces contra la sombra de otra mujer
    a mi Mamá y a mí nos dispararon una vez
    fue su mejor amiga
    las balas dejaron grandes agujeros mellados
    en las paredes de hojalata
    más adelante encontré una calavera de japonés
    junto al depósito de agua
    las hormigas salían
    de un agujero de bala
    justo en la sien
    26/12/81
    Homestead Valley, Ca.
  • Pamela Ipinza Mayoridézettelőző év
    Tomó la habitación más cara sin preocuparse de si valía lo que pedían por ella. La habitación tenía un olor sintético que le pareció imposible de identificar. Quizá fuera el de la espuma seca de las alfombras. Las paredes estaban forradas de terciopelo rojo. La colcha era de terciopelo rojo. Las sillas estaban tapizadas de terciopelo rojo. La alfombra era de terciopelo rojo. El lavabo era rojo. Las cortinas eran rojas. Todos los rojos eran el mismo rojo. No había ningún rojo más rojo que los otros rojos, ni menos rojo que su vecino. La habitación era una roja venganza de terciopelo. Se instaló en ella como si estuviera en su casa.
  • Pamela Ipinza Mayoridézettelőző év
    Conectó la TV. Un Predicador predicaba con lenguaje de signos para sordomudos. Se fijó en que el signo que significaba «Jesús» consistía en golpear alternativamente las palmas de una y otra mano con el dedo corazón, denotando los clavos de la crucifixión. Bajó el volumen y estuvo fijándose en las manos del Predicador. Tuvo la sensación de que el lenguaje saltaba al interior de la habitación. («Y ninguno de sus huesos será quebrado.»)
    Se quedó dormido en la ducha, de pie. Soñó en un hombre al que había conocido de pequeño. Atado a un sicomoro. Quemado sin motivo alguno. Al árbol le quedó una hendedura negra que finalmente se cerró, y no quedó más huella que la rosada corteza. Tan limpia como el mentón de un bebé. Cuando despertó todavía podía ver a aquel hombre. Pensó que llovía sobre su cabeza. Y el hombre flotaba. Y las cenizas del cadáver de aquel hombre goteaban por su cara.
    («Y ninguno de sus huesos será quebrado.»)
    3/79
    Plains, Texas
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