Guillermo López Gallego

  • Jeroaméidézettelőző év
    yo soy yo. Esa piedra es una piedra. Mi hermosa fusión con las cosas de este mundo se había terminado

    en esta noche en este mundo

  • Jeroaméidézettelőző év
    ¿Habrían actuado mis branquias infantiles, la sal de mi sangre?
  • Cristian David Hernandez Chavesidézettelőző év
    La habitación del sótano estaba oscura y caliente, como el interior de un tarro sellado, pensó Millicent, mientras sus ojos se acostumbraban a la extraña penumbra. Las telarañas ablandaban el silencio, y, a través de la ventanita rectangular abierta en lo alto de la pared de piedra, se filtraba una débil luz azulada que debía de venir de la luna llena de octubre. Ahora veía que estaba sentada encima de una pila de leña, al lado de la caldera.
  • Cristian David Hernandez Chavesidézettelőző év
    —Entre nosotras no va a cambiar nada, Tracy —le dijo Millicent—. Seguiremos yendo juntas a todas partes como siempre, y el año que viene entras seguro.

    —Ya lo sé, pero, aun así —dijo Tracy en voz baja—, cambiarás, aunque creas que no. Nada es igual nunca.

    Así es, pensó Millicent. Qué horrible sería si una no cambiase nunca…, si estuviese condenada a ser la Millicent corriente, tímida, de unos años antes para toda su vida. Por suerte siempre estaba el cambio, el crecimiento, el seguir.
  • Cristian David Hernandez Chavesidézettelőző év
    Finalmente, sólo quedaba un señor en la esquina del asiento de atrás. Era pequeño y jovial, con una cara rubicunda, arrugada, que se extendió en una sonrisa resplandeciente conforme se acercaba Millicent. Con su traje marrón y la corbata verde parecía una especie de gnomo o un duende alegre.

    —Perdone, señor —sonrió Millicent—, pero estoy haciendo una encuesta. ¿Qué toma para desayunar?

    —Cejas de pájaro de brezo tostadas —recitó de corrido el hombrecillo.

    —¿Cómo? —exclamó Millicent.

    —Cejas de pájaro de brezo —explicó el hombrecillo—. Los pájaros de brezo viven en los páramos mitológicos, y pasan el día volando, cantando salvaje y dulcemente al sol. Son morados, y las cejas están riquísimas.

    Millicent se echó a reír espontáneamente. Caray, sentía una afinidad repentina con el desconocido, y era maravilloso.
  • Cristian David Hernandez Chavesidézettelőző év
    (De los cuadernos, febrero de 1956)

    19 de febrero, domingo por la noche

    A quien corresponda: De cuando en cuando, llega un momento en que las fuerzas neutras e impersonales del mundo se reúnen en un trueno de juicio. No hay motivo para el terror repentino, la sensación de condena, pero las circunstancias reflejan la duda interior, el miedo interior.
  • Cristian David Hernandez Chavesidézettelőző év
    Un miedo morboso: que protesta demasiado. Al médico. Voy al psiquiatra esta semana, sólo para conocerlo, para saber que está. E, irónicamente, tengo la sensación de que lo necesito. Necesito un padre. Necesito una madre. Necesito un ser mayor, más sabio, a quien llorarle. Hablo a Dios, pero el cielo está vacío, y Orión pasa de largo, y no habla. Me siento como Lázaro: cuánta fascinación tiene esa historia. Estando muerta, volví a levantarme, e incluso recurro al mero valor sensacional de estar suicida, de quedarme tan cerca, de salir de la tumba con las cicatrices y la marca dañina en la mejilla que (es imaginario) se hace más prominente: palideciendo como un punto muerto en la piel roja, curtida por el viento, poniéndose marrón oscuramente en las fotos, contra mi sepulcral palidez invernal. Y me identifico demasiado con lo que leo, con lo que escribo.
  • Cristian David Hernandez Chavesidézettelőző év
    Así que ahora hablaré todas las noches. A mí misma. A la luna. Andaré, como esta noche, celosa de mi soledad, en el azul plateado de la luna, reluciendo brillante en las pilas de nieve recién caída, con la miríada de destellos. Hablo conmigo misma, y miro los árboles oscuros, benditamente neutros. Mucho más fácil que afrontar a la gente, que tener que parecer feliz, invulnerable, lista. Sin máscaras, ando, hablando a la luna, a la fuerza neutra impersonal que no oye, que tan sólo acepta mi ser. Y no me fulmina.
  • Cristian David Hernandez Chavesidézettelőző év
    Lo que más temo, me parece, es la muerte de la imaginación. Cuando fuera el cielo es sólo rosa, y los tejados, sólo negros: esa mente fotográfica que paradójicamente dice la verdad, pero la verdad sin valor, del mundo. Lo que deseo es ese espíritu sintetizador, esa fuerza «que da forma», la que brota prolíficamente e inventa sus propios mundos con más inventiva que Dios.
  • Ana Paula Carrilloidézett9 hónappal ezelőtt
    Soy importante. Con sólo llegar a conocerme, verás lo importante que soy. Mírame a los ojos. Bésame, y verás lo importante que soy».
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