Cuando William Warfield empezó a cantar Ol’ Man River, Gerva se puso a llorar suavemente. Y al terminarse la canción, mi amigo Gerva tenía los ojos llenos de lágrimas. Sacó un sucio pañuelo de su mono, se secó la cara, se sonó y siguió comiendo el pan de Viena y el chocolate Nogueroles. Yo fui incapaz de cogerle la mano y apretársela. Se decía entonces que esas cosas eran de mariquitas.