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Ediciones El Mercurio

  • Antelmo LMidézett2 évvel ezelőtt
    Un ejemplo emblemático es el de los «filósofos políticos» que especulan acerca de la redistribución de la riqueza, sin tener idea de cómo crear la riqueza que pretenden redistribuir y, menos aún, de los efectos que produce su redistribución en nombre de la «justicia social».
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    No cabe duda de que si los ciudadanos, de cualquier país, entendieran cuestiones esenciales de economía y, sobre todo, pensaran en términos de escasez de recursos y costos alternativos, buena parte de las patologías políticas que destruyen sus propias vidas −y de las ideologías que arruinan su libertad−, no tendrían siquiera la posibilidad de prosperar.
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    Ahora bien, es fundamental dejar claro que básicamente hay dos formas de conseguir los recursos que necesitamos. La primera depende del esfuerzo propio y la segunda del esfuerzo ajeno. No existe otra alternativa. O nos «financiamos» con nuestro trabajo o lo hacemos a costas del trabajo de otros; tal como ocurre con los niños, que viven a cargo de sus padres precisamente porque no pueden mantenerse, o con los enfermos que viven del esfuerzo de sus familiares, amigos u otros. Sin embargo, existen adultos totalmente capacitados que también viven −o pretenden hacerlo− del esfuerzo ajeno. Y aquí, nuevamente, aparecen solo dos opciones: o consiguen los recursos apelando a la caridad y a la buena voluntad de los otros, o los consiguen por la fuerza, a través de la confiscación coactiva.
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    Suele afirmarse que «el Estado» debe proveer, de manera gratuita, salud, educación, vivienda y muchos de los llamados «derechos sociales». Aunque empatice con esa posición, un buen economista callejero evidencia inmediatamente la falacia económica que hay en ella: el Estado no es un dios que pueda proveer recursos creándolos de la nada. Si queremos salud, educación y vivienda gratis y para todos, alguien debe trabajar para crearlos o producirlos ya que todos dependen de la creación de bienes o servicios económicos, escasos y demandados. Ahora bien, como el Estado no es un ente mágico que produce riqueza y está formado por seres humanos, debe entonces cobrar impuestos para obtener dichos recursos. En otras palabras, dado que los políticos y funcionarios estatales no producen recursos (solo los administran y consumen), estos deben extraer dichos recursos de la ciudadanía para poder repartirlos. Al mismo tiempo, estos funcionarios administrativos y políticos, viven gracias a la riqueza que le sacan a quienes producen, pues de ahí se pagan sus sueldos
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    cuando se afirma que existe un «derecho» a que el Estado provea, por ejemplo, educación, lo que se está diciendo −en la realidad económica− es que se tiene el derecho a que otro trabaje para quien recibe educación o cualquier otro derecho (pues le confiscan parte de su ingreso para cumplir con el derecho de un tercero).
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    Un buen economista callejero comprende, entonces, que el principal rol del Estado es asegurar el orden público y mantener la violencia bajo control. Si no lo logra −como suele ocurrir en países subdesarrollados− el Estado se puede convertir meramente en un grupo de saqueadores cobrando impuestos que solo son una forma de explotar a quienes producen riqueza para mantener a aquellos que se han hecho del Estado
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    La idea de que la demanda se apoya en la oferta, es contraria a lo que sostienen algunas escuelas de economía que suponen que la demanda puede existir sin oferta previa. Basta que el Estado gaste dinero, afirman, para que se produzca riqueza en tiempos de crisis. El problema, recordemos, es que el Estado no puede gastar recursos que no provengan de impuestos cobrados previamente
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    Lo que debe quedar claro, es que cada vez que se le pide algo «gratis» al Estado, se está exigiendo lucro unilateral, mediante la confiscación de la propiedad ajena, es decir, de los frutos del trabajo de otros, ya que, como hemos dicho, no existen las cosas gratis.
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    Cuando se dice que el mercado es un proceso que enriquece a toda la sociedad, se quiere decir que la búsqueda del interés individual deriva en un mayor bienestar colectivo
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    Es, por lo tanto, esencial que los creadores de riqueza, innovadores, comerciantes y gente de negocios puedan hacerse ricos, pues solo así podrán enriquecer a todos los demás.
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