Miranda estaba escondida en el bosque de sus padres. Lina y Daniel le habían hecho una cabaña en el mismo castaño robusto tras el que crecía el avellano que había plantado su madre y que fue testigo de su primer encuentro. Allí vivía rodeada de árboles. Comía setas, frutas silvestres y los dulces que elaboraba su madre con la ayuda de Fernanda.
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Así fue transcurriendo el tiempo, escondida entre los castaños del padre, secreta y rara, como la flor que imaginó el escritor del Libro de la memoria durante la escapada del azaroso juicio.
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Avanzaban las manos en las manos y conversaban en susurros para deleite de los árboles