Pero, en cambio, para el perspectivismo –y para una ética inspirada en «el espíritu de la novela», una ética que decida retomar la «desprestigiada herencia de Cervantes»–, la verdad siempre es una verdad interpretada, como el mundo, como la realidad. Así pues, el perspectivismo desenmascara la supuesta inocencia de la verdad. «Nadie es inocente», como exclama Calígula en la obra homónima de Albert Camus. O, si se prefiere, todos tenemos las «manos sucias», para decirlo con el conocido título de la obra de teatro de JeanPaul Sartre.