Un cálido día de otoño, cuando tenía casi cuatro años, vi a un perro que merodeaba por nuestro patio delantero. Sentí un vínculo inmediato con esta criatura de pelo suave y dorado. Era como si nos hubiéramos conocido desde siempre. Lo abracé mientras rodábamos por la hierba y nos acurrucamos juntos durante horas. Estaba segura de que este maravilloso ser de cuatro patas iba a ser mi amigo para toda la vida.