Roberto Masiero

Para San Ireneo, en el siglo III d.C., el círculo simboliza la divinidad considerada no solamente en su inmutabilidad, sino también en su bondad expandida. Es el origen, sustancia y consumación de todas las cosas, alfa y omega. El círculo evoca también una temporalidad pensada como sucesión continua e invariable de instantes totalmente iguales. Del mismo modo para los griegos y para el mundo pregriego y oriental: el tiempo está encerrado en el eterno retorno.

A partir del círculo se desarrollan tanto la espiral como la esvástica. La primera representa los ritmos reiterados de la vida, la permanencia del ser en la movilidad. Está presente en la naturaleza en el reino vegetal (vid. enredadera) y animal (caracol, concha, etc.) y encuentra su propio fundamento geométrico-matemático en la sección áurea, en cuanto el número es cifra de la figura logarítmica en espiral. La segunda, la esvástica, indica un movimiento de rotación en torno al centro, en torno al eje inmóvil de la rueda, que es el polo del mundo perceptible. La esvástica es «el símbolo de la generación de los ciclos universales, de las corrientes de energía: no del mundo, sino de la acción del principio con respecto a las manifestaciones»2.

El hombre es esencialmente un animal orientado, tanto por su estructura psíquica como por su estructura orgánica o esquelética. Está unido a la derecha y a la izquierda, al delante y al detrás, al encima y al debajo; no puede hacer nada sin estos puntos de referencia. Estas consideraciones antropológicas y psicológicas que, tal y como se verá, serán esenciales en las estéticas arquitectónicas hasta nuestros días, se encuentran en la base del significado tanto de la cruz como del cuadrado.