Mapi Romero

  • Carolina Deferrariidézett2 évvel ezelőtt
    Irene le contó nuestros planes y, antes de que me diera cuenta, estábamos los tres en la piscina de casa de mis padres, las dos en ropa interior y él con unos boxes de Calvin Klein super sexys.

    Mi amiga no paraba de hacerle gracias en el agu
  • renistol0314645idézettelőző év
    Miro hacia la cama y allí está. En una cama de matrimonio gigante se pierde el cuerpecito de mi princesa. Mi niña. Ya se me ha olvidado que esa niña demoniaca, que me utiliza como chupete, apenas me ha dejado dormir, que es por su culpa que mis patas de gallo hagan una carrera al tiempo por no descansar lo suficiente. Pero la veo y parece un ángel, dulce y perfecta, con su cabello ensortijado y sus mejillas arreboladas… Cómo la quiero.

    El reloj no se detiene, dejo de embelesarme y abro el armario, —¡mierda! —musito para mis adentros, la pelea de siempre: ¿qué me pongo?, y eso que apenas tengo donde elegir. Ni imaginar las horas que pasará la Beckham frente a su vestidor para elegir el modelito. Pobrecita…
  • renistol0314645idézettelőző év
    Mi amiga no paraba de hacerle gracias en el agua, pero él solo tenía ojos para mí. Nos hacíamos aguadillas mutuamente y en una de esas, sin darme cuenta, le rocé todo el miembro viril. ¡Dios mío, qué vergüenza! Yo no soy una facilona, como mi amiga. La quiero mucho, pero es de esas que se acuestan con uno solo por darle la hora. Demasiado agradecida. No dijo nada, tan solo me lanzó una mirada aviesa y yo me limité a mordisquearme el labio inferior, como una niña traviesa.

    El tiempo pasó tan rápido como una estrella fugaz a la que no te da tiempo a pedir un deseo. Irene le dijo que la acercara a casa y ambos se marcharon. Y ahí me quedé, en aquel desvencijado balancín fumándome el último canuto y admirando el índigo cielo estrellado.

    Mientras entornaba los ojos para dormir, intenté sacarme a Rafa de mi cabeza; no solo porque era de esos que no me convenían, sino porque, además, era el lío de mi amiga y, ante todo, siempre he respetado esa norma: nunca liarme con los novios de mis amigas. Aunque pensándolo mejor no eran novios, solo follaban cuando les apetecía y seguramente esa noche lo estarían haciendo. Me dejé llevar por el sueño.

    Esa misma noche, de madrugada, una llamada al móvil me despe
  • renistol0314645idézettelőző év
    —Estás muy guapa.

    Puso esa sonrisa de medio lado, y ahí estaba de nuevo ese hoyuelo que me volvía loca y esa mirada que me desconcertaba.

    —Gracias.

    Intenté concentrarme y recordar que era Irene la que le interesaba, la ganadora del sorteo, que yo solo era la mensajera, la que giraba el bombo metálico donde van las bolas.

    Repliqué:

    —¿Era necesario que me llamaras a las cuatro de la mañana?

    Asintió sin decir nada, torciendo el morro de la forma más sensual que jamás había visto. De repente, y siendo lo último que esperaba en ese instante, alargó el brazo y me cogió de la cintura, suavemente me acercó hacia él colocándome entre sus brazos y su coche. No tenía escapatoria ni quería tenerla. Me cogió totalmente por sorpresa, esto es lo que yo llamo “perfecta estrategia de combate”, y con ella me desarmó.

    —¿Qué haces?

    —¿Qué crees que hago? —me dijo frunciendo los labios, y su mirada se convirtió en un hierro al rojo vivo que calcinaba todo a su paso. Y como no podía ser de otra manera, sacó el hoyuelo a pasear. Estaba perdida.

    —Decías que querías verme para hablar de Irene.
  • renistol0314645idézettelőző év
    Sentada junto a mi hijo, dejo paso a la nostalgia buscando la razón de la pérdida de la ilusión, de la huida del deseo, de la pesada rutina, invadida por un miedo cerval. Embebida en mis cavilaciones, reacciono y no me doy más permiso en perder el tiempo, tengo muchas cosas que hacer.

    Padre e hijo ya están preparados para la jornada laboral y escolar. Mi marido me da un beso casto en la frente y sale por la puerta; antes de que escape mi niño, le doy un beso y le coloco su mochila a la espalda.

    —Hasta dentro de cuatro horas, cariño. Te quiero. —Bellas palabras para mi hijo y mutismo para mi marido.

    Eric come en casa porque tenemos el colegio a cinco minutos en coche y así nos ahorramos una pasta en el comedor. Aunque, si me paro a pensar, hago seis viajes de ida y vuelta todos los días y eso implica: comprar corriendo, llegar a casa, hacer la comida, recogerlo, comer, llevarlo, volver, dormir a la niña, despertar a la niña, recogerlo..., así que no sé si sería mejor que comiera allí porque voy loca todo el santo día.

    Ya en el comedor y aguardando la inspiración divina, tuerzo el gesto, me arremango ambas mangas y empiezo la cuenta atrás con la limpieza; bueno, realmente, primero viene la parte de recoger.
  • renistol0304173idézettelőző év
    ¿Te gusta Frank Sinatra? —me pregun
  • renistol0304173idézettelőző év
    —De nuevo me dejas sin palabras —le confieso.

    —Eso pretendo —me dice mientras se acerca a mí y me agarra por la cintura—, tú eres la que me dejas sin palabras —me susurra al oído. El calor invade de nuevo mi cuerpo. Ese calor que solo él me provoca, como un pirómano que incendiara cada parte de mi ser con tan solo un roce, una palabra; como si sus palabras me produjeran la misma sensación que un gran sorbo de coñac en el estómago.

    —¿Nos sentamos? —me dice mientras aparta la silla para que tome asiento. Es un perfecto caballero.
  • montoyaalejandra747idézettelőző év
    De repente, una bofetada en la cara me sobresalta y, como si una jarra de agua fría me cayera encima, despierto de golpe. Acabo de correrme en sueños. ¡
  • renistol0344685idézettelőző év
    por fin soy yo, donde mis demandas son concedidas y donde los problemas son minúsculos y todo es posible. Pero ya toca volver al otro lado. Como cenicienta, debo volver a mis labores; debo arrodillarme a limpiar el suelo, embarrado por las inseguridades de un marido que justifica sus borracheras por la crisis que sufre el país; debo volver porque, ante todo, tengo dos hijos maravillosos que debo cuidar.
  • renistol0314645idézettelőző év
    Con una sonrisa de oreja a oreja, subo rápida por las escaleras porque tengo ganas de verla, aunque he dormido toda la noche con ella. Estamos todos los días juntas, pero no sé qué pasa que si estoy una hora sin verla la echo de menos.

    Ahora vendrá la negativa para cambiarse el pañal, la negativa a vestirse, la negativa a desayunar, pero qué ganas de comérmela a besos. Esos besos matutinos que tan bien sientan. Es como besar una esponjosa y dulce tarta de fresa. Un día de estos me la como, así no tendré que escuchar las palabras sabías de alguna mujer que me diga en el futuro que me la tenía que haber comido cuando pude.

    Tumbadas las dos en la cama, me hincho a darle besos y ella me aparta sonriente. Se quita remolona, pero sé que le encantan, o por lo menos me encantan a mí. Pienso que si no se los doy ahora luego vendrá la adolescencia y ahí sí que “ná de ná”: irá por la otra acera aparentando que no me conoce, como yo le hacía a mi madre, o me hará recogerla a tres manzanas de la discoteca. ¡Ay!, de cuántas cosas me arrepiento y qué mal se lo hice pasar algunas veces a mi madre. Qué cierto el refrán “ya te darás cuenta cuando seas madre”, pero qué tarde llega.

    Hace un día estupendo para ser enero, se puede estar sin chaqueta al sol. Voy cargada con bolsas de la compra, mi niña va unos pasos por delante de mí y directa a un parque con columpios. Nos quedan treinta minutos antes de ir a recoger al niño al colegio para comer en casa.
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