Viviendo al filo

Hola —le toqué el hombro. Traía puesta una camisa de mezclilla. De espaldas, era alto, de figura atlética. Erguido en su postura, parecía orgulloso de toda la destrucción que había a su alrededor.

como si mirara las cosas que pudieron haber sido, pero que no lograron completarse.

Sí dolía, pero se trataba de un dolor diferente al que me infringía cuando me cortaba. Cuando lo hacía, era un dolor que rasgaba mi corazón y que, al mismo tiempo, me liberaba de sentir otros. En cambio esto era solo un dolor.

ambiente era desolador. El lugar reflejaba perfectamente mi estado de ánimo: yo era como esos juegos mecánicos, patéticos, inservibles y oxidados.

¿Qué pasaría si me aviento? Volar por unos segundos hasta estallar en el piso. Unos segundos de libertad maravillosa y luego… la nada. Quizá no dolería tanto, aunque yo no le tengo miedo al dolor

Quién quiere admitir que se odia, que no tiene la valentía de matarse, que es fea y que siempre lo será, que no tiene una chispa de interés por la escuela, que no tiene remedio su soledad?

Nunca había verbalizado esas tres palabras. Escucharme decirlas en voz alta fueron como tres cortes en la piel de mi alma.

Y lo peor es que sentirse sola es como traer un aura que huele mal. Todos perciben tu soledad pero a nadie le interesa acercarse. Apestas a soledad.

No he tenido tiempo. Ni ganas.

animales inmóviles de ese zoológico metálico