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Pedro Juan Gutiérrez

Mecánica popular

  • Rafael Ramosidézett7 nappal ezelőtt
    Carlitos se quedó como noqueado junto al teléfono. Sacó cuentas: fueron dos meses. O poco más. Fue divertido. Y ahora debe tener otro hombre.
    No se le ocurrió pensar que Gilda se había aburrido de la rutina y la monotonía y no le encontraba sentido a prolongar la sordidez de aquellos encuentros. Para Carlitos era pura poesía. Pero Gilda no veía poesía. Veía sordidez.
  • Rafael Ramosidézett7 nappal ezelőtt
    Bebían, fumaban, escuchaban música, conversaban hasta la noche. Y la pasaban bien. Al día siguiente, lunes, retorno a la rutina nuestra de cada día.
  • Rafael Ramosidézett7 nappal ezelőtt
    Cuando se sentía mejor, al mediodía, agarraba su bicicleta y se iba a casa de su amigo Fabián. Era pianista. Un tipo culto. Tenía una pequeña biblioteca muy especial. Le prestaba libros. La rama dorada, La imaginación sociológica, Así habló Zaratustra, Eros y civilización, ¿Qué es la literatura?, Historia social de la literatura y el arte, Mi lucha.
    Ahora Carlitos le devolvía Dublineses y se llevaría otro. A Fabián le encantaba el personaje de Leopold Bloom. A Carlitos le parecía falso y previsible. A veces iban más amigos. Bebían, fumaban, escuchaban música, conversaban hasta la noche. Y la pasaban bien. Al día siguiente, lunes, retorno a la rutina nuestra de cada día. Carlitos creía que llevaba una buena vida. Antes era solo un guajiro, vendedor de helados, como su padre. Ahora, peor, trabajaba en la construcción, con gente bruta y violenta. Era un guajiro con pretensiones. Con ansias de llevar una vida sin rutinas ni repeticiones, con algo nuevo y distinto cada día. Creía que era posible. ¿Por qué no?
  • Rafael Ramosidézett7 nappal ezelőtt
    –Mira qué bien. De la construcción a locutor.
    –Periodista.
    –Periodista y locutor. Con esa voz tan linda... cuando estamos en la cama y me hablas bajito... me dan ganas de llorar... Nunca me había enamorado, Carlitos. No te imaginas cómo te quiero. El amor es dolor.
    –Ah, no seas patética. El amor es una cosa y el dolor es otra.
    –Tú eres muy joven.
    Silencio. Carlitos respiró profundo. El olor del mar y el aire con salitre. No comentó nada del psicólogo. Ni de las cuevas oscuras con monstruos negros que le daban miedo, escondidos, dispuestos a saltarle encima y morder como fieras en cuanto él se descuidara.
  • Rafael Ramosidézett8 nappal ezelőtt
    A Carlitos solo le gustaba remar, estar fuerte, disfrutar aquellos momentos de soledad en medio del río, remando duro a contracorriente y sentir sus músculos y su cuerpo sólido. Concentrarse bien. A veces cerca de él pasaba algún tiburón. También iba río arriba. Hasta el matadero. Unos cuantos tiburones cada día. Comían los intestinos de las vacas, los cascos y otros restos que lanzaban a la orilla del río. Los tiburones tragaban todo aquello. Lo despachaban con unas cuantas mordidas. Y de nuevo bajaban, plácidamente, hasta el mar. Se guiaban solo por el olor. Podían oler aquella sangraza a kilómetros de distancia. Iban directamente, muy enfocados. Se llenaban la panza y de nuevo bajaban al mar. Satisfechos y felices. Sin detenerse jamás. Si descansaban se morían. Carlitos los miraba tan decididos y se decía a sí mismo: no se complican la vida. Van directo a comer esa carroña y son felices. Como yo. Soy feliz remando. No quiero competencias ni premios. No lo necesito. Mortíferos pájaros del alma.
  • Rafael Ramosidézett8 nappal ezelőtt
    Carlitos pensó: «Qué primos más pesaos. Son unos guajiros chinchús y entrometíos». El camino de regreso le pareció más corto. Se sentó en el fondo de la carreta, encima del enorme masacote formado por la red apestosa a fango y pudrición de mar. Se puso a mirar las estrellas. Era apabullante aquel cielo tan negro con tantos millones de estrellas. Tenía que cerrar los ojos fuertemente porque le invadía una sensación extraña de miedo. ¿Qué somos? ¿Quiénes somos en realidad? ¿Por qué estamos aquí? Quizás somos infinitos, como los números, que no tienen principio ni fin.
  • Rafael Ramosidézett8 nappal ezelőtt
    El tío, hombre de campo, hablaba poco. Lo indispensable. O menos. Carlitos un día le dijo:

    –Tío, tú casi no hablas.

    –Las mujeres son las que hablan demasiado y todo lo enredan.

    –Ahh, no sabía eso.

    –¿No has oído que en boca cerrada no entran moscas?
  • Rafael Ramosidézett14 nappal ezelőtt
    Al alejarse, las abejas regresaron a sus colmenas. Y ellos siguieron hasta la casa. Entonces Carlitos respiró fuerte y se relajó:
    –Ufff...
    –¿Qué? ¿Fue fácil, no?
    –Sí, fue fácil, pero... ¡coño! ¿A usted nunca lo han picado?
    –Sí, unas cuantas veces. Normal. Si les estoy robando la miel de vez en cuando se desquitan. Hacen bien en vengarse. Yo también lo haría.
  • Rafael Ramosidézett14 nappal ezelőtt
    El marido regresa de noche, siempre vestido de miliciano y hasta tiene una pistola al cinto. Ella usa una bata de casa blanca, muy ligera y cómoda, y nada debajo. Sus grandes pechos chorreando leche, y mucho vello negro en las axilas. Es alta, delgada, bonita. Tiene una personalidad especial, atractiva, que irradia a su alrededor un magnetismo inexplicable, como si fuera una actriz de cine. Carlitos ve muchas películas. Le recuerda a Sofia Loren, o algo así. Carlitos lo siente. Lo percibe profundamente y no deja de mirarla. Por primera vez experimenta esa atracción irresistible y obsesiva. Se masturba varias veces al día. Es sexo, pero también es amor. Está enamorado sin remedio. Se vuelve loco cuando la ve y se le acelera el corazón. Nereyda lo saca de sus sueños:
    –¡Dale, Carlitos, muévete, hijo, muévete!
  • Rafael Ramosidézett15 nappal ezelőtt
    Guardaron silencio. Flora, que tenía dieciocho años, había escuchado que este médico podía operar y hacer recuperar la virginidad perdida. Pero no era el momento de preguntar. No delante de su hermana Nereyda, que era muy estricta. Por ahora quería saber solo por curiosidad. Quizás más adelante vendría bien esa operación tan sencilla. Mejor dicho: sería imprescindible. Los tres se quedaron un rato sentados en silencio, escuchando el follaje de los árboles que se mecía con el viento y emitía un sonido tranquilizador. Cada uno con sus pensamientos.
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