El cáncer de mama es un verdadero problema de salud pública, sobre todo, en los países occidentales, donde afectará a una de cada 8–12 mujeres a lo largo de su vida. En España, la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM) calcula que se diagnosticarán cerca de 33.000 nuevos casos de cáncer de mama en 2020.
Pese a su elevada incidencia, la supervivencia se incrementa progresivamente, en particular en los estadios precoces. Actualmente, se calcula que más del 80 % de las enfermas en estadios precoces están vivas y libres de enfermedad a los 5 años, lo que condiciona una alta prevalencia de la enfermedad. Por ello, la mayoría de los profesionales sanitarios (pertenecientes tanto a cuerpos médicos como de enfermería o farmacia) se verán implicados en el manejo de estas mujeres en un momento u otro de su rutina laboral. En el cáncer de mama metastásico se han producido, asimismo, avances terapéuticos notables, tanto por el incremento en la supervivencia que suponen como por la posterior traslación de estos tratamientos a la enfermedad precoz.
No obstante, en la enfermedad metastásica estamos todavía lejos de lograr una cronificación real de la enfermedad y, además, nos queda la asignatura pendiente del cáncer de mama triple negativo, en la que los resultados son aún muy pobres.
El manejo global del cáncer de mama ha sufrido un cambio radical en los últimos 20 años. Hace dos décadas, la conducta usual consistía en una secuencia preestablecida de tratamientos.
El cirujano o ginecólogo operaba a la enferma y la remitía después al oncólogo médico; este, al oncólogo radioterapeuta, y, finalmente, al cirujano plástico. Las decisiones terapéuticas estaban basadas esencialmente en la extensión de la enfermedad, con la notable excepción de la terapia hormonal. Se consideraba que el cáncer de mama era esencialmente una enfermedad homogénea, en la que la aplicación de tratamientos locales agresivos sobre la mama y axila y una quimioterapia indiscriminada para la mayoría de las pacientes con tumores de más de 1 cm beneficiaba globalmente a la totalidad de las pacientes. Las secuelas terapéuticas de estos tratamientos indiscriminados (linfedema, dolor crónico del hombro, neuropatía periférica, disminución de la contractilidad miocárdica y otros) eran notables, por lo que muchas enfermas lograban la curación de la enfermedad a costa de asumir otras patologías yatrogénicas de gran impacto en la calidad de vida o, incluso, en la supervivencia.
Esta antigua aproximación estaba condicionada por un conocimiento limitado de la biología de la enfermedad aunque, afortunadamente, ha dejado paso a la aproximación actual, derivada de un mejor conocimiento de la misma. Actualmente, la mayoría de los casos de cáncer de mama son revisados por comités de tumores multidisciplinarios, compuestos por cirujanos, ginecólogos, radiólogos, patólogos, oncólogos médicos, oncólogos radioterapeutas, cirujanos plásticos y otros especialistas relacionados con el manejo del cáncer de mama. En estos comités se decide la mejor forma de enfocar el tratamiento para cada enferma individual, incluyendo la mejor secuencia terapéutica.
Dado que los avances en el conocimiento del cáncer de mama son continuos, es nuestra intención actualizarlo periódicamente para mantener su vigencia.