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Cicéron

Sobre el orador

Éste es el principal texto que Cicerón dedicó al arte de la oratoria, tan importante en la Antigüedad grecorromana, y en el que tanto se distinguió él por sus discursos forenses (Verrinas) y políticos (Catilinarias, Filípicas).
Sobre el orador (completado en el 55 a.C.) es el más valorado de los tratados que Cicerón dedicó a la materia de la oratoria, de la que describe los principios generales para instrucción de los jóvenes que vayan a desempeñar cargos públicos en el estado. Está estructurado en varios diálogos, situados en la villa que Craso poseía en Túsculo y en los que los principales participantes son Craso, Marco Antonio, Q. Mucio Escévola el Augur (gran abogado como Cicerón), el cónsul Q. Cátulo y el orador C. Julio César Estrabón.
Craso sostiene que el orador debe poseer un amplio conocimiento de las ciencias, de la filosofía y, sobre todo, del derecho civil (un ideal ambicioso que sin duda expresa el criterio de Cicerón); Antonio, menos exigente en sus demandas y según un planteamiento utilitarista, se contenta con que sea capaz de agradar y convencer, sin que por ello precise de grandes conocimientos, y se extiende sobre los métodos para persuadir a los jueces (aunque al día siguiente reconoce que sólo ha contradicho a Craso por el gusto de discutir) ; César trata del ingenio y el humor, que le habían dado gran fama, con un repertorio de chistes que refleja los gustos y la mentalidad de los romanos, y una clasificación de recursos humorísticos en setenta y cinco capítulos (216–90); Craso, por último, se ocupa de los estilos y las figuras de dicción (de especial interés es el tratamiento de la metáfora): se advierte en estos razonamientos que Cicerón valoraba el lenguaje en relación con la poesía. En conjunto, se concluye que el perfecto orador ha de ser un «hombre íntegro» formado en una educación liberal sin precedentes.
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  • Ana Valleidézettelőző év
    »Pues si alguien ha establecido que es orador quien tan sólo pueda hablar con soltura ante el pretor 78 o en los tribunales, ante el pueblo o en el senado, con todo es forzoso que a este mismo se le atribuya y conceda muchas cualidades; pues sin una intensa práctica de todos los asuntos públicos, sin el conocimiento de las leyes, las costumbres, el derecho, y desconociendo la naturaleza y el carácter de los hombres, no es posible moverse en estos mismos temas con la suficiente soltura y pericia. Mas quien conociera estas cosas, sin las que nadie puede proteger en las causas ni siquiera los asuntos de menor entidad, ¿qué le podrá faltar a éste del conocimiento de las cosas más importantes? Pero si no quieres que nada sea propio del orador excepto el hablar con orden, elegancia y soltura, ¿cómo puede lograrse —te lo ruego— eso mismo sin ese saber que no le concedéis 79 ? Pues la excelencia en la expresión no puede manifestarse si quien va a hablar no comprende lo que va a decir.
  • Ana Valleidézettelőző év
    Por lo tanto, si se ha expresado con elegancia —según [49] se dice y a mí me lo parece— aquel ilustre filósofo de la Naturaleza, Demócrito 80 , la materia fue propia de un filósofo de la naturaleza, mas la manera de decirlo ha de considerarse propia del orador; y si Platón ha hablado como los ángeles —punto en el que estoy de acuerdo— acerca de asuntos muy alejados de las controversias políticas, y de igual modo si Aristóteles, si Teofrasto, si Carnéades fueron elocuentes y en su estilo agradables y elegantes en los asuntos de los que trataron, asígnese los temas de los que traten a otras disciplinas, mas la expresión misma es propia de esta específica metodología de la que estamos hablando e indagando.
  • Ana Valleidézettelőző év
    que en las asambleas y en tus intervenciones ante el senado tu discurso tenga la mayor fuerza persuasiva

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