La caza del carnero salvaje

De hecho, no te puedes ni imaginar cuántos nombres e historias tengo. A veces, hasta parece que me olvido de cómo era yo en realidad.

Cerré los ojos, sacudí la cabeza y dejé la mente en blanco. ¡Bah! ¡Qué más da!, pensé. Ocurra lo que ocurra, todavía no ha ocurrido nada. Y suponiendo que haya ocurrido algo, ya ha pasado.

lo importante era que no paraba de moverse. Y yo existiría mientras fuera consciente de que el mundo seguía moviéndose. Mi existencia no era ninguna maravilla, pero al menos existía.

—¿Quieres decir que te da igual? —preguntó ella. Hablaba muy despacio.

—No me da igual —dije yo—. Solamente te digo que es asunto tuyo.

—En realidad no quiero separarme de ti —dijo ella al cabo de un rato.

—Pues no te separes —repliqué yo.

—Es que, aunque me quede contigo, ya no vamos a ninguna parte.

Hay cosas de las que uno se olvida, otras desaparecen y otras mueren. Y no hay prácticamente nada de trágico en ello.

—Eso es porque las cosas que uno realmente quiere contar siempre son difíciles de expresar, ¿no crees?

—No sé —dije yo.

—Da igual quién los fabrique, la voluntad de Dios se halla en el interior de toda su Creación.

¿Qué es un universo
tubifex?

—No necesariamente. Depende del ángulo desde el que se hable.

—Pues hablemos desde el ángulo que tú quieras.

Ella movió la cabeza hacia un lado y hacia el otro mientras se llevaba el tenedor a la boca.

—Sé sincero: ese es el ángulo que más me gusta.

Durante un rato, bebimos vino y comimos en silencio.

—Doblo una esquina —dije yo—, y la persona que camina delante de mí dobla la esquina siguiente. No consigo ver quién es. Lo único que vislumbro por un instante es el dobladillo blanco de su pantalón. Pero el blanco de ese dobladillo se me queda grabado en la retina y no consigo deshacerme de él. ¿Entiendes ese sentimiento?

—Creo que sí.

—Pues así me siento yo con tus orejas.

Comimos de nuevo en sile

—¿Eso crees tú?

—Lo intuyo —respondió en voz baja—. Es que tú eres de esos.

—¿De esos?

—Tienes algo especial. Como cuando a un reloj de arena se le acaba la arena, siempre viene alguien como tú a darle la vuelta.

—¿Tú crees?