El contrato amoroso

Erich Fromm decía que el amor es un arte. Y en todas las artes, hay que dedicar energía y tiempo, y mucho amor, para ir avan­­zando y para poder disfrutar cada vez más de todo lo que vamos aprendiendo.

Hay compañeros de vida, pero también parejas formadas por enemigos que se odian a muerte. Libres o atrapadas, falsas o indestructibles, a distancia o aburridas…
Cada pareja tiene que hacer su propio contrato, y revisarlo periódicamente para asegurarnos de que ambas partes lo estamos cumpliendo, y para cambiar las condiciones en la medida en que vamos cambiando nosotros.
Los cinco pilares del contrato para el amor en pareja son:
Evaluar si hay condiciones para quererse bien y para disfrutar del amor.
Examinar qué es lo que se puede negociar y qué no.
Llegar a acuerdos sobre cómo vamos a cuidar la relación mientras dure.
Revisar de vez en cuando esos acuerdos y modificarlos si hace falta.
Establecer pactos para cuidarnos durante la relación y cuando termina.
El final es la parte más difícil del proyecto: no sabemos separarnos sin hacernos daño, así que tenemos que pactar los cuidados que nos vamos a brindar mutuamente si llega el momento de romper el vínculo amoroso.

Ese patriarcado que llevamos dentro es misógino (nos hace odiarnos a nosotras mismas y a nuestras compañeras), es lesbófobo, gordofóbico y tirano, y nos hace mucho mal a todas, porque nos convierte en personas sumisas y obedientes y nos pone en contra nuestra.

Yo no puedo arreglar los problemas económicos de mi pareja, pero sí que puedo negarme a firmar ese crédito para que no me embarguen a mí cuando él no haga frente a sus pagos.

Y los productores de las historias de amor están todo el tiempo engañándonos con la idea de que nuestro amor podrá salvar al amado y cambiarlo a mejor. Es una trampa terrible: cada cual puede cambiarse a sí mismo, pero nunca a los demás.

Pero no podemos trabajar en el cambio de los demás.

Podemos trabajarnos el egoísmo y los malos tratos, pero no podemos conseguir que nuestros compañeros de vida dejen a un lado esa actitud.

Y sin embargo, lo que cambia nuestras vidas no es la magia: es el trabajo con una misma, y solo en aquello que depende de nosotras. Es decir, podemos conseguir liberarnos de una adicción, pero no podemos conseguir que nuestro amado haga lo propio.

Apenas conocemos historias de amor que se salgan de la estructura romántica patriarcal, no tenemos modelos de feminidad y masculinidad diferentes en los medios, y resulta que somos nosotras y nosotros, los habitantes del siglo XXI, los que tenemos que crearlos.

Erich Fromm decía que el amor es un arte. Y en todas las artes, hay que dedicar energía y tiempo, y mucho amor, para ir avan­­zando y para poder disfrutar cada vez más de todo lo que vamos aprendiendo.