Alejandra Pizarnik,rosmar71

La condesa sangrienta

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«Sentada en su trono, la condesa mira torturar y oye gritar. Sus viejas y horribles sirvientas son figuras silenciosas que traen fuego, cuchillos, agujas, atizadores; que torturan muchachas, que luego las entierran. Como el atizador o los cuchillos, esas viejas son instrumentos de una posesión. Esta sombría ceremonia tiene una sola espectadora silenciosa.» En 1611 la condesa Erzsebét Bathory fue condenada por el asesinato de seiscientas cincuenta jóvenes. Marcada por la perversión y la demencia, la Dama de Csejthe ha pasado a la historia como un emblema del mal absoluto. En sus crímenes se vislumbran los límites últimos del horror. Con La condesa sangrienta, Alejandra Pizarnik alcanzó una de las cimas de la literatura, elaborando un retrato perturbador del sadismo y la locura. Santiago Caruso ha sabido recrear con sus magníficas estampas no sólo los pormenores de la historia, sino también los atroces sentimientos que la gobiernan.
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Benyomások

  • Ana Berrospemegosztott egy benyomást2 évvel ezelőtt
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Idézetek

  • Kiara Steffanyidézettelőző év
    Creo que la melancolía es, en suma, un problema musical: una disonancia, un ritmo trastornado. Mientras afuera todo sucede con un ritmo vertiginoso de cascada, adentro hay una lentitud exhausta de gota de agua cayendo de tanto en tanto. De allí que ese afuera contemplado desde el adentro melancólico resulte absurdo e irreal y constituya «la farsa que todos tenemos que representar».

    Pero por un instante —sea por una música salvaje, o alguna droga, o el acto sexual en su máxima violencia—, el ritmo lentísimo del melancólico no sólo llega a acordarse con el del mundo externo, sino que lo sobrepasa con una desmesura indeciblemente dichosa; y el yo vibra animado por energías delirantes.
  • Ana Berrospeidézett2 évvel ezelőtt
    Ella es una prueba más de que la libertad absoluta de la criatura humana es horrible.
  • Ana Berrospeidézett2 évvel ezelőtt
    «El criminal no hace la belleza;

    él mismo es la auténtica belleza.»

    J. P. SARTRE

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