Poséeme

—Solo una cosa más. Cuando te he dicho que puedes quedarte, lo que quise decir es que te amo.

—Maldito seas. Damien Stark —susurro—. Maldito seas por renunciar a lo nuestro.
Se detiene y observo el dolor en su rostro. Mira hacia abajo, a sus pies, donde ha caído la pulsera. Se agacha para cogerla, luego se detiene. Lo miro a la cara, esperando algunas palabras de consuelo. Pero no las oigo. En cambio, solo escucho las únicas dos palabras que nunca hubiera querido oír.
—Adiós, Nikki.
Y se marcha.

Hasta que todo lo que soy es Damien, y eso es todo lo que siempre quise ser.

Te quiero tan cerca de mí que no pueda distinguir dónde termino yo y dónde empiezas tú.

—Nikki, tú me haces sentir afortunado. ¿Es que no lo ves? —Mi cara debe dejar claro que no es así, porque continúa—: Si de verdad hago todas esas cosas por ti, te conforto, te centro, te doy fuerzas, eso para mí vale más que cada centavo que haya ganado levantando Stark International.

—¿Besarla? Señorita Fairchild, voy a hacer mucho más que besarla.
—¿Y la fiesta?
—A la mierda la fiesta —me gruñe.
—Si baja alguien...
—No va a bajar nadie.
—Pero si...
—Nikki.
—¿Qué?
—Cállate.

«Todo un imperio requiere su atención, pero, en este momento, yo soy todo su mundo.»