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Anton Chéjov

Flores tardías y otros relatos

  • Javier Rizzofernándezidézett7 hónappal ezelőtt
    fuerza, contrayendo los hombros y la nariz respingona, se quedó mirando los encajes de las cortinas.
  • Javier Rizzofernándezidézett7 hónappal ezelőtt
    La mujer salió despedida en dirección a la ventana, rozando apenas el suelo con los pies, y se agarró a las cortinas.
  • Javier Rizzofernándezidézett7 hónappal ezelőtt
    Liza, sollozando cada vez con más
  • Javier Rizzofernándezidézett7 hónappal ezelőtt
    tras dar unas cuantas vueltas por el cuarto de estar, se acercó a su mujer. El rostro felino se contrajo y empezó a pestañear, como esperando recibir un manotazo. Al llegar hasta ella, el marido le pisó el vestido, le golpeó las rodillas con las suyas y, con la cara pálida y descompuesta, le sacudió los brazos, la cabeza y los hombros.
  • Javier Rizzofernándezidézett7 hónappal ezelőtt
    –Ayer le vi en la velada –balbuceó Bugrov (así se llamaba el marido).

    –Sí, estuve allí… sí… ¿Bailó usted?

    –Hum… sí. Con la hija menor de los Liukotski. Es muy pesada bailando. Resulta inaguantable. Solo sabe parlotear. –Hizo una pausa–. Nunca se cansa de hablar.

    –Sí… fue aburrido. Ya lo vi…
  • Ivana Melgozaidézettelőző év
    Ahora ya lo sabía todo, y entendía dónde estaba Dios y cómo había que servirle, pero lo único que no lograba comprender era por qué la suerte de los hombres era tan diversa, por qué esa fe sencilla que otros recibían de Dios como un regalo, con la propia vida, le había salido a él tan cara
  • Ivana Melgozaidézettelőző év
    Butyga amaba a sus semejantes y no concebía que fueran a morir y desaparecer; por eso, al fabricar su mueble tenía en la cabeza a un hombre inmortal.
  • Ivana Melgozaidézettelőző év
    Recordando que todos esos objetos ya estaban en el mismo sitio, y en idéntico orden, cuando yo no era más que un chiquillo e iba a la casa con mi madre a celebrar las onomásticas, parecía sencillamente increíble que alguna vez pudieran dejar de existir.
  • Ivana Melgozaidézettelőző év
    Quien haya pasado el invierno en la aldea y conozca esas tardes interminables, tediosas, silenciosas, en las que hasta los perros, de puro aburrimiento, se niegan a ladrar y los relojes parecen languidecer, cansados del continuo tic-tac; quien haya experimentado en esas tardes el desasosiego al notar que se despierta su conciencia, y se haya movido intranquilo de acá para allá, deseando tan pronto acallar su conciencia como desentrañarla, podrá comprender la distracción y el placer que me proporcionaba la voz de mi mujer, resonando en aquel cuartito acogedor para decirme que yo era una mala persona.
  • Ivana Melgozaidézettelőző év
    A veces, de niño, cuando algo me dolía, me apretujaba contra mi madre o mi niñera, y de esa manera, escondiendo la cara entre los tibios pliegues de sus vestidos, creía que me escondía del dolor.
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