Vemos aquí cómo se esboza una lucha política entre diferentes representaciones: por un lado, el estado de las cosas percibido como un conjunto de ínfimos accidentes en perpetua inestabilidad, sometido al régimen de lo aleatorio; por otro lado, la fijación del orden vigente bajo los rasgos de una eternidad o de una “naturaleza de las cosas” que nada podría hacer tambalear.
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Si alguien desea oponerse a un sistema, debe concebir previamente su naturaleza como precaria
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He aquí el atributo particular del vacío de nuestra época: la sociedad es un simulacro, las decisiones se toman en un vago más allá y toda acción política parece vana
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“Bienvenido al desierto de lo real”.
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Historia es una serie de encuentros y desuniones que no tiene origen ni fin
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materialismo del encuentro, Louis Althusser escoge como punto de partida de su visión de la Historia la teoría epicúrea de la desviación espontánea de la trayectoria de los átomos (el clinamen).
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La función histórica, y por lo tanto política, sólo adquiere realidad en el escenario abierto de una historia humana puramente contingente; o, a minima, en la aporía productiva de una oposición entre azar y necesidad
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Si la Historia se halla, en efecto, determinada por alguna necesidad, si no es más que un libreto global donde cada actor debe cumplir un rol, entonces el arte no puede intervenir más que como reflejo, como ilustración
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Puede tildarse de idealismo histórico la idea según la cual sería legítimo que una instancia exterior, no importa cuál, tuviese el derecho de establecer dicho final cut en detrimento de los individuos o de los grupos sobre los cuales detenta su autoridad
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¿Quién firma el montaje final de nuestra existencia... y el del relato de la Historia?