detrás de la sencillez y la inocencia de un presentimiento, se escondía el infierno. El mal. El dolor. El sufrimiento. Una tortura que va cogiendo cuerpo, que crece y que se alimenta del tiempo: segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años, lustros, décadas… Cuanto más, peor. Porque un abuso no termina cuando la víctima se va del bosque, de un coche, de una clase, un piso, una sala, una consulta o de un vestuario. No.