que había cerca del suyo; sentí que tenía que hacerlo. Pisé algo blando, y al bajar la mirada me encontré con dos ojos grandes que pestañeaban y me miraban desde abajo. Era el animal. Llegó un aire frío y húmedo desde el fondo y un escalofrío me recorrió entera. El animal no olía a nada. Su pelo duro me rozaba las pantorrillas por debajo de la tela fina del pijama. Noté su respiración. El cielo me pareció alto y bajo a la vez. La fuerza de la gravedad parecía caer con más peso sobre mí al tiempo que me sentía más ligera. Un pájaro, que desde mi perspectiva parecía gigante, estiró el cuello, lo giró a derecha e izquierda y volvió a quedarse quieto un momento después. El canto de los insectos me caló hasta el estómago.
«No pensé que Muneaki…» Oí la voz de mi cuñado desde arriba. «No pensé que volvería. Pensé que no le gustaba.» «¿Que no le gustaba qué?» «La casa en la que yo estoy, o estaba.» Mi cuñado estornudó otra vez. El abuelo miraba al cielo. Desde mi posición solo podía ver su nuca y no supe si oía bien lo que mi cuñado decía. «Normal que no le guste, le di muchos problemas, debió pasarlo mal por mi culpa. Igual que mi madre y mi padre y mi abuelo. Mi abuela tuvo suerte de morirse antes de que yo me volviese así. Es una pena. Y siento hablar de esta manera, como si fuese algo ajeno a mí, pero en cierto modo lo ha sido,