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Julián Serna Arango

Finitud y tiempo

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    Somos tiempo, si nos forja el azar y no el destino, la iniciación y no la catequesis, la técne y no la episteme, la ocurrencia más que la inferencia. Somos las experiencias acumuladas y las expectativas no vencidas, las versiones ajenas y las reescrituras propias, un palimpsesto somos. Paradójico el tiempo, el pasado-presente es y no es, el futuro-presente es y no es. A mitad de camino entre el ser y el no ser, anfibios que somos, la lógica del espacio no aplica.
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    La oportunidad, el azar, la fortuna, alternan, se confabulan para fatigar laberintos de tiempo, editar el porvenir, y en definitiva, individualizarnos a través suyo, lo que demanda tolerancia. Si el mundo es una creación colectiva, somos los otros a través de nosotros, construidos por la palabra ajena (Bajtín), reconstruidos por la conversación, lo que llama a la solidaridad.
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    Así la ciencia abunde en medios para alcanzar una vida más satisfactoria, aunque las instituciones políticas ensayen fórmulas para conciliar el crecimiento económico con la redistribución del ingreso, no sería suficiente; nos compete, además, transmutar chrónos en aiôn a través del kairós.
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    Si en la cotidianidad rotan los modos de ser en el tiempo: somos extras, cuando cae el precio de las acciones; somos otros, si nos asalta una ocurrencia; somos muchos, en el momento de la vacilación; somos todo, a la deriva de nuestros pensamientos; en la academia, en cambio, reina el tiempo de la física, tiempo fugaz e irreversible; matemático, que no se acelera ni se desacelera; vacío, o si se quiere, exento de singularidades
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    En lo que a nuestros hábitos lingüísticos respecta, reivindicar las fortalezas del lenguaje literario para dar cuenta de la complejidad inaudita de la existencia a través de la creación continua de significado y sentido, y en lo que la metáfora, la ironía y las demás figuras retóricas juegan decisivo rol; reconocer la definición de las palabras como la punta del iceberg únicamente; redescubrir en los efectos perlocucionarios (Austin) el eslabón perdido entre la razón y la emoción; en el mundo que descubren los últimos filósofos el mundo que presuponen los primeros poetas; asumir el discurso como provocación, en contraposición con la concepción de la filosofía como cartografía propia de la tradición metafísica.
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    Cuando el físico y el místico, el periodista y el artista hablan de mundos diferentes, abordan la vida humana desde diversas ontologías comprometidas con otras tantas modalidades de la temporalidad.
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    no faltan las perífrasis que rompen con el esquema tripartito, como lo hace también el concepto de tiempo como duración (Bergson);
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    Somos nuestras nostalgias, somos nuestras apuestas, es decir, somos tiempo. Participamos de muchos aconteceres con diferentes tipos de protagonismo; cuando el tiempo se dice de muchas maneras, en primer lugar es tiempo lineal, cronología, tiempo del que se ocupan los físicos, cuya causalidad nos avasalla, y en consideración al cual somos extras del proceso cósmico que nos compete, cuyos orígenes se remontan al big bang; en segundo lugar, el tiempo no sólo es sucesivo, cuando, además, es simultáneo, cuando nuestros prejuicios se superponen con nuestras expectativas, de suerte que somos muchos, como lo expresara en su momento la tragedia griega
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    Aunque no hay metafísica, sino metafísicos,
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    Porque habitamos un planeta que gravita en derredor de una estrella ajustada al promedio, incorporado a una galaxia típica —en forma de espiral— en un recodo del universo sin singularidad astrofísica alguna, porque —al decir de Hölderlin— somos, acaso, un signo indescifrado: hemos conocido la mayor angustia, la máxima tensión, la misma que acumula la suficiente fuerza para arrojarnos fuera de nosotros mismos, construir futuro y gestar sentido. Audaz acierto de quien urdió el proyecto cósmico que nos compete y luego se retiró para no malograrlo, o feliz casualidad que nos condujo hasta aquí, cuando fundó en lo más nimio, lo más grande; porque no hay libertad sin relatividad, ni valor sin finitud.
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