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Sergio Schmucler

El guardián de la calle Ámsterdam

  • Juan José Martín Andrésidézett2 évvel ezelőtt
    que sentían sin saber si sus sentimientos estaban hechos de recuerdos o de olvidos, y que el progreso servía para borrar la memoria, ahora descubría que las palabras se usaban para no decir nada.
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    Y nadie dice lo que tiene que decir, porque así es la manera en que los hombres se pasan la vida: diciéndose cosas para no decirse lo que realmente se tienen que decir.
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    también nombraban ejércitos y muertos y revoluciones perdidas, y se dio cuenta que el reloj que medía el tiempo verdadero de los seres humanos en la calle Ámsterdam estaba marcando el inicio de un nuevo ciclo en la historia
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    Y, mientras a ellos el Presidente los quería y los cuidaba y les daba trabajo y los dejaba hablar y festejar la muerte de Franco y lamentarse por sus revoluciones perdidas, y los dejaba imaginar que algún día regresarían y terminarían lo que habían dejado a medio hacer, aquí —pensaba Galo— ese mismo hombre mataba, secuestraba y desaparecía a todos los que querían hacer lo mismo. Y por eso recordó en ese momento a Leonardo, y aunque habían pasado siete años desde que lo había visto gritar y llorar y sangrar hasta que lo metieron en un auto, todavía recordaba muy bien que aquella tarde la calle Ámsterdam parecía desierta. ¿Por qué Morlans o Garfias o el rabino Cann o el señor Lindberg, no habían salido de sus casas a intentar hacer algo cuando vieron que siete hombres se llevaban a Leonardo? ¿Por qué habían soportado eso escondidos detrás de las ventanas de sus casas después de todo lo que les había pasado?
    ¿Y la revolución que había comenzado un veinte de noviembre había sido La Revolución? ¿Y si ésa había fracasado y la de su único amigo también, y la de los españoles y guatemaltecos y chilenos, entonces era realmente posible que alguna triunfara?
    Todo eso pensó Galo el día que murió el hombre que había mandado a vivir a México a Garfias, a Santibáñez, a Morlans y a tantos otros.
    Y con esas dudas, sin saber si los sentimientos se hacían de recuerdos o de olvidos
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    Y, mientras a ellos el Presidente los quería y los cuidaba y les daba trabajo y los dejaba hablar y festejar la muerte de Franco y lamentarse por sus revoluciones perdidas, y los dejaba imaginar que algún día regresarían y terminarían lo que habían dejado a medio hacer, aquí —pensaba Galo— ese mismo hombre mataba, secuestraba y desaparecía a todos los que querían hacer lo mismo.
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    ¿Por qué lo habían aplaudido y habían comido con él, si sabían que ese mismo hombre hacía muy poco tiempo había mandado a encarcelar o a desaparecer a personas que pensaban como ellos? Y a su vez ¿cómo podía ser que un hombre que mandaba a matar a los que querían hacer La Revolución en los días actuales organizara una fiesta para recordar a los que la habían hecho en mil novecientos diez?
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    Y entonces Galo pensó que lo que el cura llamaba progreso, que no se podía detener nada más porque su madre tuviera migrañas, era en realidad una máquina, tan importante y poderosa como la que él cuidaba, pero que servía para borrar la memoria, para hacer que los hombres se olvidaran de lo que habían sido o lo que les había pasado y siempre tener que empezar otra vez; y empezar otra vez quería decir volver a hacer las mismas cosas
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    golpeaban con sus masas y cómo los hierros, trozos de cemento y tuberías oxidadas que se desprendían terminaban enmarañados en el suelo. Entraban camiones vacíos y salían un momento después cargados con enormes cantidades de deshechos. Galo se dio cuenta de que en cada carga que se llevaban había un poco de los recuerdos que la casa había guardado poco a poco, sin que nadie se diera cuenta. Y esos recuerdos se iban a perder porque nadie se había tomado el trabajo de envolverlos en papel y ponerles una marca con un lápiz de color como había hecho él con el cabello y los recortes de los bigotes de los hombres de la peluquería Guernica, y si eso pasaba en la casa que estaba junto a la suya era muy probable que a lo largo de la calle Ámsterdam podía haber en ese momento muchas otras demoliciones haciendo que se perdieran para siempre sus recuerdos.
    ¿Qué sentido puede tener tirar una casa y después construir otra en el mismo lugar sino es para borrar la memoria de los que vivieron en ella?
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    La gente vive creyéndole a relojes que no saben nada del tiempo verdadero y es por eso que todo les sale mal
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    Fue entonces que Galo se preguntó por qué tantos extranjeros venían a vivir en México
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