Temiendo que nunca más llegase a manos de sus lectores un nuevo título, un súbito pavor me golpeó: que de alguna forma eso dependiera de mí. Pienso en sus editores incrédulos, en su agente literaria al borde del desgarro, en los libreros desesperados, en los lectores de duelo, lanzando mandatos irracionales sobre las autoridades para que les devuelvan lo que es de ellos, como si C. L. Ávila les perteneciera. Todo un engranaje del mercado en desgobierno: atónito y acechante. Y yo, Rosa Alvallay, entre todas las personas que habitan el universo, yo me he ofrecido para responsabilizarme. ¿Es que me volví loca?