Casi inmediatamente, Walid vio cómo el acero descendía sobre él hasta clavarse en su pecho con un golpe certero, sintió un furioso y profundo dolor y notó que su fuerza vital se escapaba de su cuerpo, gota a gota. Mientras caía sobre la arena aferrándose la herida sangrante del pecho con sus manos desnudas, toda su existencia pasó ante sus ojos como si volviese a vivirla. Volvió a ver el palacio donde había nacido y pasado su infancia, un palacio de altas murallas en Dhat Kahal, la ciudad de las siete torres, un pequeño enclave verde en medio de un desierto que parecía infinito; un palacio en el que se había forjado su gloria, su leyenda y su desgracia...