No puedo más

En lugar de criar a sus hijos, muchos padres, consciente e inconscientemente, empezaron a criar currículums

Internet no es la causa fundamental de que estemos quemados, pero su promesa de «facilitarnos la vida» está profundamente podrida y es la responsable del espejismo de que «hacerlo todo» no solo es posible, sino obligatorio. Cuando no lo hacemos, no echamos la culpa a las herramientas rotas, nos culpamos a nosotros mismos. En el fondo, los millennials saben que lo que verdaderamente exacerba la sensación de estar quemados no es el correo electrónico, ni Instagram, ni un torrente continuo de nuevas alertas: es el continuo fracaso de no alcanzar las expectativas imposibles que nos hemos impuesto

. La retórica del «Haz lo que te gusta y no volverás a trabajar un solo día más en tu vida» es una trampa del desgaste. Al encubrir el trabajo con el lenguaje de la «pasión», se nos impide pensar en lo que hacemos como lo que realmente es: un trabajo, no la totalidad de nuestra vida.

Los estudiantes trabajan según su propia capacidad de trabajo».

Dicho de otro modo: lo que uno hace cuando practica las tablas de multiplicar, se presenta a un examen estandarizado o escribe un ensayo no es aprender, sino prepararse para trabajar. Es una visión increíblemente utilitarista de la educación, que da a entender que el objetivo último del sistema es convertirnos en trabajadores eficaces, en lugar de prepararnos para pensar o para ser buenos ciudadanos.

Las aficiones están vacías de ambición; cualquier «finalidad» es secundaria. Es el placer por el placer. Pero cuando toda nuestra vida ha estado orientada hacia la construcción de valor de cara a la universidad, las aficiones parecen sueños extraños y casi obscenos: toda actividad debe ser un medio para conseguir un fin

Saturar el tiempo de ocio con valor «aspiracional» podría apaciguar ciertas ansiedades sobre la seguridad de clase. Pero una forma todavía más eficaz de sentirnos seguros en nuestra propia clase es ganando más dinero; en concreto, monetizando nuestras aficiones.

Nos encanta pensar que nuestros gustos culturales y de ocio son, hasta cierto punto, «naturales» —me he apuntado a este triatlón, veo este programa, me descargo este pódcast ¡porque me gusta!—, pero cada una de nuestras elecciones se ve enturbiada por nuestra percepción de lo que dice sobre nosotros, y por las conversaciones de las que quedaríamos excluidos en caso de optar por no llevarlas a cabo

Algunas culturas de oficina exigen un presentismo abnegado: la última persona en marcharse de la oficina «gana». Pero, en el caso de la mayoría de los millennials que conozco, la única persona que los «obliga» a trabajar tantas horas son ellos mismos. No porque seamos masoquistas, sino porque hemos absorbido la idea de que la única forma de distinguirnos en nuestro trabajo es currando sin parar. El problema que encierra esta actitud es que currar sin parar no significa producir sin parar, pero mal que bien crea una ficción autocomplaciente de «productividad»

Los millennials se convirtieron en la primera generación que se conceptualizó plenamente a sí misma como currículums universitarios andantes

Los millennials accedieron al mercado laboral durante la peor recesión desde la Gran Depresión