Su latitud se acerca a los treinta grados sobre el Ecuador, al igual que la de Yuma, Arizona, y poseía un clima semejante al de esta ciudad, caliente y seco.
El valle del Éufrates, en otro tiempo una poblada región agrícola, es hoy una llanura árida barrida por el viento. Las escasas hierbas y los arbustos del desierto luchan contra la arena llevada por el viento. Los fértiles campos, las grandes ciudades y las largas caravanas de los ricos comerciantes ya no existen. Las tribus árabes nómadas son las únicas habitantes del valle desde la era cristiana y subsisten gracias a sus pequeños rebaños.
La región está salpicada de colinas. Durante siglos fueron consideradas como tales, pero los fragmentos de alfarería y ladrillos desgastados por las ocasionales lluvias llamaron finalmente la atención de los arqueólogos. Se organizaron campañas para realizar excavaciones financiadas por museos europeos y americanos. Los picos y las palas demostraron rápidamente que aquellas colinas eran ciudades antiguas, las podríamos llamar ‘tumbas de ciudades’.
Babilonia es una de ellas: los vientos habían esparcido sobre ella el polvo del desierto durante veinte siglos.