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Peio H. Riaño

Las invisibles

  • Teresaidézett2 évvel ezelőtt
    El museo necesita ser el hábitat de la ciudadanía, pero en realidad es la casa de la academia: tiene discurso, pero no diálogo
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    hacer que el museo funcionara contra los imperativos nacionales y coloniales con los que fue creado y que empiece a funcionar como un instrumento de crítica y experimentación», responde Preciado.
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    Esa es la tarea más revolucionaria del museo contemporáneo, cambiar los modos de mirar y los marcos de representación que nos enseñan a distinguir entre lo normal y lo patológico. Cambiar también lo que ha legitimado el estigma de la diferencia, que hace que unos cuerpos sean sujetos de representación y otros de ocultación
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    en la explicación escrita por los responsables del Departamento de Pintura Flamenca la resistencia de estas mujeres por mantener a salvo su integridad parezca algo así como una coreografía digna de ser representada en Cats o West Side Story: «Rubens idea una composición llena de movimiento en la que las figuras parecen moverse al ritmo de la música». La banda sonora de la violación
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    El miedo institucional a llamar a las cosas por su nombre produce monstruos y víctimas. Se prefiere la amnesia visual al debate y el disenso que provocaría un cambio de título, responsable de la mirada narcotizada. Así es como estos cuadros, que apelan a las agresiones sexuales que los hombres cometen contra las mujeres, se han instalado en lo aceptable. Así es como, gracias a un título inapropiado, la belleza de la composición y la gracia de la pincelada vuelven a imponerse y a ocultar y a desactivar la quemazón de las preguntas. Que se resumen en una: ¿por qué los hombres violan a las mujeres?
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    Esta versión de la Osa Mayor y la Osa Menor es, desde luego, un complaciente ocultamiento del dios depredador que arruina la vida de una mujer libre y soberana mientras descansaba en el bosque después de una jornada de caza. La cazadora cazada, la mujer como presa natural del hombre.
    No violan sólo los dioses en los cuentos mitológicos, ni tampoco lo hacen por la lujuria del capricho. La violación es la más cruda expresión de dominio y posesión en contra de la voluntad.
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    De hecho, ellas tenían prohibido tomar clases para aprender a representar la figura humana. Orden de alejamiento de los desnudos. Ellos son, como señala Sanz, los que han «modelado todas las frecuencias», los que se meten dentro de cada cuerpo «con la sabiduría y la sensibilidad que les concede la destreza adquirida a lo largo de la historia». Y no han tenido obstáculos para hacerlo, para moldear el cuerpo de ellas a su gusto. La legítima lascivia de un hombre le ha dado derecho a tomar todo lo que se le antojaba —ya sea como dios, ya sea como pintor— y a contarlo sin contar con ellas
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    La pintura de historia fue una poderosa industria de creación de relato mítico. Fue la Marvel española de mitad del siglo XIX, pero sin mallas fluorescentes. La producción de alabanzas plásticas estuvo a pleno rendimiento varias décadas, pero siempre faltaba algo. No hay heroínas en la historia de España escrita por los españoles, no hay referentes en los libros de texto de los colegios, ni mujeres ejemplares en las salas de los museos, porque ellos tienen las llaves y el control de la puerta de acceso. Sólo perturbadas o víctimas, sólo bellas violadas. Aunque en el museo todo parezca civilización y cordura, la cultura nunca es inofensiva. Nunca ornamental. Cuidado con la reverencia
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    Es la guerra. En un lado de la trinchera, ellos, dispuestos a defender su exclusividad y sus privilegios en el espacio político. En el otro lado, ellas, con la firme convicción de acabar con su discriminación en el espacio público. La madre de todas las guerras culturales, en la que ellos tienen un arma infalible: el relato público.
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    Hay que dejar de ver el desnudo de mujer producido por hombres como una reacción inherente al arte, porque no es la consumación de la búsqueda de la belleza. No hay mayor tiranía que hacerse con sus cuerpos, usarlos, manipularlos y utilizarlos. Dejarlos a la vista y abusar de ellas es la confirmación de los grilletes domésticos, los que aún las mantienen atadas al marido, al hogar y a la familia: lejos de ellas mismas (y de sus deseos). Por eso el desnudo nunca es gratuito, porque ellas pierden el control de su propio cuerpo, es decir, su dignidad. Ellos ganan y dominan
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