El avaro

MAESE JACQUES. (Solo) Maldita sea la sinceridad, es un mal oficio. De ahora en adelante renuncio a él y no diré nunca la verdad.

VALERIO. Hay que pedir un aplazamiento, fingir alguna enfermedad.

ELISA. Se descubrirá la trampa, si se llama a los médicos.

VALERIO. ¿Bromeáis? ¿Saben algo los médicos? ¡Vamos! Con ellos podéis hablar de la enfermedad que os plazca y ellos encontrarán razones para deciros cuál es su causa.

HARPAGÓN. Sin dote.

ELISA. Es cosa a la que no podéis obligarme.

HARPAGÓN. Es cosa a la que os obligaré.

ELISA. Me mataré antes de casarme con tal marido.

ELISA. Soy la muy humilde servidora del señor Anselmo, pero, con vuestro permiso (nueva reverencia) no me casaré con él.

HARPAGÓN. Soy vuestro humildísimo servidor, pero (imitando la reverencia de Elisa) os casaréis con él esta noche.

ELISA. ¿Esta noche?

ELISA. Soy la muy humilde servidora del señor Anselmo, pero, con vuestro permiso (nueva reverencia) no me casaré con él.

HARPAGÓN. Soy vuestro humildísimo servidor, pero (imitando la reverencia de Elisa) os casaréis con él esta noche.

ELISA. ¿Esta noche?

HARPAGÓN. Espera, ¿te llevas algo mío?

LA FLÈCHE. ¿Qué voy a llevarme vuestro?

HARPAGÓN. Ven, que yo vea. Enséñame las manos.

LA FLÈCHE. Las manos.

HARPAGÓN. Las otras.

LA FLÈCHE. ¿Las otras?

HARPAGÓN. Sí.

LA FLÈCHE. Aquí están.

HARPAGÓN. ¿Tienes algo dentro?

LA FLÈCHE. Vedlo vos mismo.

HARPAGÓN. (Toca el bajo de sus calzas) Este tipo de calzas son muy apropiadas para guardar lo que se roba. Me gustaría que colgaran a más de uno.

LA FLÈCHE. (Aparte) Un hombre como este merecería que le hicieran lo que teme. Me alegraría robarle.

HARPAGÓN. ¿Eh?

LA FLÈCHE. ¿Qué?