—No rezamos nunca, ya lo sabe. Queremos comprender.
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Es vuestra guerra. Vosotros la habéis querido; ¡hacedla pues, héroes de mierda!
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—Tú, cierra el pico. Las mujeres no han visto nada de la guerra.
La mujer dice:
—¿Que no hemos visto nada? ¡Imbécil! Nosotras hacemos todo el trabajo, tenemos todas las preocupaciones
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Yo ya no quiero ser soldado.
—¿No quiere combatir más al enemigo?
—No quiero combatir a nadie. No tengo enemigos. Quiero volver a mi casa.
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Esas palabras las tenemos que olvidar, porque ahora ya nadie nos dice palabras semejantes, y porque el recuerdo que tenemos es una carga demasiado pesada para soportarla.
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Uno:
—¡Cabrón! ¡Tontolculo!
El otro:
—¡Maricón! ¡Hijoputa!
Y continuamos así hasta que las palabras ya no nos entran en el cerebro, ni nos entran siquiera en las orejas.
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Cada vez, nos decimos:
—No ha dolido.
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Decidimos endurecer nuestro cuerpo para poder soportar el dolor sin llorar.
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El trabajo es pesado, pero mirar sin hacer nada a alguien que trabaja es mucho más pesado aún