Mientras espero

No es que la escritura se proyecte sobre el cuerpo, o que se sienta en el cuerpo, o que caiga en el cuerpo: es el cuerpo.

no solo el recuerdo fiel sino también la exactitud de su registro, para que las situaciones no se dispersen ni pierdan sentido.

lidiar con las palabras es una lucha contra la desaparición

¿Qué puede derrotar lo que me ha pasado? ¿Qué puede derrotar la trabajosa, pero también luminosa, construcción de un lugar para lo real

Ahí está, protegiéndose la boca con la mano en un gesto estático, de atención ante lo que no podía modificar; ahí estoy yo, respirando fuerte o pasando las páginas con furia, o mirando al vacío. Una vez superada la furia, o el fastidio, o la incredulidad, el bloque se empieza a resquebrajar y aparecen los estratos, uno por uno. Hay cosas que viven solo así, como convicciones que solo se entienden si se convierten en escena, si se les da un tiempo, una contextura física, una duración que pasa por el cuerpo. Es cierto que estoy en la cola y que demoro demasiado; es cierto que se ha publicado algo o se ha convocado a algo o se ha promocionado algo que me parece inútil, o imposible

En la literalidad, o la coincidencia entre lo que ocurrió y el modo de decir lo que ocurrió, se produce un hueco por donde pasa lo que uno es.

Decir «me acuerdo de eso» marca, como un nombre propio, el paso por el mundo.

cuando uno adquiere consistencia para otros («¿te acordás de cuando dimos Baudelaire?») y es recordado por razones extrañas («vos tenías una lapicera Parker y jugabas con el resorte») se confirma que uno es uno.

«El amanecer», Roberto Firpo, dan la garantía de verdad externa, como un punto en el que mi figura y la de mi padre se anudan.

Hay algo, cómo dudarlo, de escénico en la recuperación de un momento en particular, que revela precisamente su particularidad cuando se lo recorta contra un contexto de época, no de época histórica, sino de época vital.