solo que este tipo no se enfrentaba a nada muy sublime que digamos, más bien se paraba frente a cosas medio cualquiera: los aspersores de una plaza, ponele, o un cartel que parecía la nada y aun así te transmitía algo rarísimo, parecía decirte, sin decirlo, que el misterio del mundo es lo visible y trivial, no lo invisible y ominoso. Para mí fue como estar frente a un profeta, un profeta mudo. Tiempo después me enteré de que su segundo nombre era Isaías.