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Paul Gallico

Flores para la señora Harris

  • Dianela Villicaña Denaidézettelőző év
    Y ninguno de los presentes, ni una sola persona excepto la propia joven, llegaría a saber que el traje exquisito que había conseguido todo aquello, que había hecho que todas las miradas brillaran de envidia o admiración, pertenecía única y exclusivamente a la señora Ada Harris, señora de la limpieza, del número 5 de Willis Gardens, Battersea
  • Dianela Villicaña Denaidézettelőző év
    Intentó decirse que la chica no había tenido la culpa, que había sido un accidente y que la responsable era ella por haber querido hacer de hada madrina a esa mocosa consentida y mala actriz, que ni siquiera había tenido la gentileza de agradecerle su gesto imprudente
  • Dianela Villicaña Denaidézettelőző év
    No. El vestido jamás volvería a ser el mismo. Pero es que ella tampoco.
    Porque lo que había comprado no había sido tanto un traje como una aventura y una experiencia que le iban a durar hasta el fin de sus días. Nunca más se volvería a sentir sola ni poco querida.
  • Dianela Villicaña Denaidézettelőző év
    Y ella lo sostenía ahora; aún olía a tela quemada, un olor que ni todo el perfume que le había regalado Natasha bastaría para tapar. Algo que había tenido toda la perfección y la belleza que las manos humanas habían sido capaces de darle había sido destruido
  • Dianela Villicaña Denaidézettelőző év
    Al pensar ahora en la gerente, la señora Harris fue consciente de cómo se había esforzado y cuánto había maquinado para ayudarla a conseguir su sueño vanidoso e insensato de tener un vestido de Dior. Si no hubiera sido por ella y por su astuto plan, al final el vestido no habría llegado a Inglaterra
  • Dianela Villicaña Denaidézettelőző év
    bárbaros. ¿Qué tenía ahora que mostrarle para justificar la larga espera, los esfuerzos, el sacrificio, la disparatada determinación? Unos harapos quemados
  • Dianela Villicaña Denaidézettelőző év
    Lloró por su propia insensatez, y también por su confesado pecado de soberbia, pero sobre todo lloró, sencilla y tristemente, por el vestido perdido y la destrucción de esa posesión tan preciada
  • Dianela Villicaña Denaidézettelőző év
    Se había atrevido a ir a un país extranjero y a rodearse de gente extranjera, de la que debía desconfiar y a la que debía despreciar, según lo que le habían enseñado. Pero le habían parecido personas cordiales y humanas, hombres y mujeres para los que el amor y el entendimiento constituía uno de los pilares de la existencia. Le habían hecho sentir que la querían por ser quien era
  • Dianela Villicaña Denaidézettelőző év
    Pasó los dedos por los bordes chamuscados del terciopelo y por el azabache quemado y derretido. Sabía cómo eran los locales nocturnos, porque los había limpiado. Era capaz de imaginar lo que había pasado: la chica, medio borracha, había entrado en el local, había bajado las escaleras, del brazo de su acompañante, sin pensar, sin prestar atención a nada que no estuviese relacionado con ella; se había detenido delante del primer espejo para mirarse y pasarse un peine
  • Dianela Villicaña Denaidézettelőző év
    En un instante, pareció que su hogar se había transformado en un puesto del Marché aux Fleurs, porque en los pétalos lisos y relucientes, recién comprados, todavía se veían perlas de agua
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