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Pablo Martín Sánchez

Diario de un viejo cabezota

Reus, sur de Cataluña, verano de 2066. Por motivos geoestratégicos, la Península Ibérica está siendo desalojada, pero un pequeño grupo de resistentes, en su mayoría ancianos y mutilados de guerra, vive atrincherado entre los muros del Institut Pere Mata, antiguo manicomio modernista de la ciudad, sin luz, ni agua, ni suministros. Entre ellos, un viejo escritor que lleva décadas sin escribir empieza a redactar un diario en las hojas de cortesía de los libros apolillados que encuentra en la biblioteca abandonada de la institución. Las autoridades han decretado una fecha límite para abandonar el territorio: apenas queda nadie en el país y los que quedan están desesperados. En esta historia de tintes distópicos y apocalípticos Pablo Martín Sánchez vuelve a transitar por los ambiguos márgenes que separan la realidad y la ficción, y concluye su particular trilogía novelesca asomándose al futuro para plasmar los miedos del presente.

«Pablo Martín Sánchez es un enamorado del lenguaje incapaz de conformarse con lo ya conseguido».
Nuria Azancot, El Cultural
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2020
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Idézetek

  • Josué Tello Torresidézett3 évvel ezelőtt
    Habría sido bonito terminar este diario con la última frase que escribí el lunes: «Mañana será otro día».
  • Josué Tello Torresidézett3 évvel ezelőtt
    Podemos creer o no creer en Dios: si creemos en Dios y Dios existe, iremos al cielo; si creemos en Dios y Dios no existe, no ganamos nada. Por el contrario, si no creemos en Dios y Dios no existe, tampoco ganamos nada; pero si no creemos en Dios y Dios existe, nos condenamos al infierno. Conclusión: por pequeña que sea la probabilidad de que Dios exista, compensa creer en ella, pues las ganancias que pueden obtenerse superan con creces la apuesta. Aun así, y que me perdonen los creyentes, la fe es un poco como el fútbol: no puede uno obligarse a creer en Dios, como no puede uno obligarse a cambiar de equipo. Y lo dice alguien que ha intentado ambas cosas
  • Josué Tello Torresidézett3 évvel ezelőtt
    A menudo, el silencio es la mejor de las condolencias. A veces, es la única posible

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